lunes, 31 de diciembre de 2012

Se sangraba a diario.



Para la niña no hubo más ropa nueva de cumpleaños, ni de navidad. Dolían los ojos y las venas incluso al almorzar juntos en la mesa.
No hubo más nada desde el día en que papá le arrebato el libro y leyó dos líneas de la máquina de follar de Bukowsky, que en su cabeza tan pero tan cerrada sólo significaba que la niña de la casa a la que habían mimado y dado tanto gusto, ahora era un monstruo.

Después de eso, cada día en la casa fue peor. Se lloraba y se sangraba a diario y la niña tenía que esconder mejor los cigarrillos y las cartas de amor que se escribía con otras niñas.

El papá pensaba siempre por la noche en que con los dos niños no se había equivocado, los había educado tan bien que ni siquiera se metían en las peleas del papá y la niña en las que la mamá entraba al final sólo para dar los últimos golpes; el papá se hacia masajes con los dedos en las cienes y se preguntaba porqué en lugar de esculcar en los cajones de los calzoncitos y los brasieres de la niña, no había abierto sólo uno de los muchos libros que ella tenía regados por toda la casa…

A el papá no le cabía en la cabeza como la niña le había saltado de las manos. Del cuerpo. De la casa. Del mundo.
La niña ya ni siquiera le creía en dios.




J.C



domingo, 30 de diciembre de 2012

Todo lo contrario.

Colecciono pronósticos
anuncios y matices
y signos
y sospechas
y señales

imagino proyectos de promesas
quisiera no perderme
un solo indicio

ayer
sin ir más lejos
ese ayer que empezó siendo aciago
se convirtió en buen día
a las nueve y catorce
cuando vos
inocente
dijiste así al pasar
que no hallabas factible
la pareja
la pareja de amor
naturalmente

no vacilé un segundo
me aferré a ese dictamen

porque vos y yo somos
la despareja.


Octubre 3, 2011.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Las pisadas.

1923

La mujer ha pasado
pero sus pasos
se quedaron sonando para siempre dentro de mí.
¿En qué seres ya muertos
repercutiría el ruido de sus pasos
cuando era niña?


Luis Vidales.



miércoles, 26 de diciembre de 2012

Ni siquiera eres como todas. Eres todas.



–Quizás se trate de esto de no tenerte y no comenzar a entenderte. Esto de no tenerte y perderte al mismo tiempo.
O es esta pésima costumbre que tengo de acercarme a quienes están lejos de mí o a quienes se van a ir.

–¿Te molesta si fumo? –Ella no fuma, pero lo enciende, juega con el cigarrillo entre sus dedos y simula darle besos al humo.

–No, para nada. –Se rebusca en los bolsillos encontrando pelusas y tres moneditas.

–Estoy tratando de dejarlo.

–Entiendo. Yo apenas empiezo, por eso no tengo apuro.
Dime, ¿se supone que vienes o te vas?, ¿piensas aclararte o desvanecerte?
Porque yo ya estoy cansado de perseguir ideas borrosas y pretender que el no tener raíces me vuelve parte de un jardín colgante.

–Quizás un arbusto rodante.
Y sobre mí, todavía no sé.
¿Tú qué crees?

–Sobre ti no sé ni creo nada.
Ni siquiera eres como todas. Eres todas.
Y la culpa no es tuya. Soy yo quien se está convirtiendo en una sucesión de eventos idénticos y eso no me alegra en lo absoluto.
Detesto repetir las cosas.
Todo esto bien te lo podría decir en la cara, si existieras.
¿Existes?

.

Ella se ha borrado del todo. Él trata de dibujar su silueta con lo que queda del humo.







existes, bajo una tumba.
Muerta.

¿Por qué no viniste?



¿Por qué no viniste?

Me hiciste comprar dos boletas
para ver esa película de gangsters
y te estuve esperando todo el tiempo en la
puerta del teatro.

¿Por qué no viniste?

Dos chocolatinas con avellanas
se quedaron sin hacer nada en mi bolsillo,
mientras la película me llegaba hecha sonidos,
ulular de sirenas, estruendo de pistolas,
graznido de misterioso animal mecánico
y una voz que de pronto dice garling.

¿Por qué no viniste?

Me hiciste comprar inúltimente una barra
de Halls Mentol – Lyptos para perfumarme el aliento
y estrené en balde la camisa con
el dibujo de un dragón que tenía reservada
para el día en que el Deportivo Independiente
Medellín ganara el campeonato nacional de fútbol.

¿Por qué no viniste?

Me quedé en la puerta del teatro hasta el final
de la película y luego regresé a mi casa por las
calles más oscuras y solitarias como si fuera un
gato ciego obligado por su condición a comprar un
bastón blanco puesto en venta por una pandilla de
ratones y que para conseguirlo entregó a cambio dos
boletas inútiles, una barra de Halls Mentol – Lyptos
ligeramente usada, dos chocolatinas derretidas
y unas inmensas ganas de llorar.


Jairo Aníbal Niño.



Ese día, después de tanto tiempo,
no viniste; y no lo voy a olvidar.



domingo, 16 de diciembre de 2012

¿De qué modo te quiero?

¿De qué modo te quiero? Pues te quiero
hasta el abismo y la región más alta
a que puedo llegar cuando persigo
los límites del Ser y el Ideal.

Te quiero en el vivir más cotidiano,
con el sol y a la luz de una candela.
Con libertad, como se aspira al Bien;
con la inocencia del que ansía gloria.

Te quiero con la fiebre que antes puse
en mi dolor y con mi fe de niña,
con el amor que yo creí perder

al perder a mis santos... Con las lágrimas
y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere,
te querré mucho más tras de la muerte.


Elizabeth Barret Browning


sábado, 15 de diciembre de 2012

La luna llena

Miro la luna llena
y compruebo que la ausencia
tiene forma
de una brillante y triste rueda de bicicleta


Jairo Aníbal Niño.


Te has ido


Te has ido 
Y una luna sucia flota sobre el agua
Te has ido 
Y ya no me queda nada por hacer;
Solamente meterme al lago,
Coger con cuidado a la luna sucia 
Y limpiarla con mi manga.



Jairo Aníbal Niño.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Los cabellos empapados.

Los cabellos dejan de gotear fiesta,
empiezan a gotear cenizas,
las cenizas de la fogata que no recuerdo.

La muerte que no se resiste.
la fotografía que no se reveló.



J.C



jueves, 6 de diciembre de 2012

Una letra



Ya no existes,
eres un dibujito,
una borradura en mi pelo.


Eres un poema,
una letra.


Eres la desaparición
y la búsqueda.



 Diego Ramírez Gajardo.



sábado, 24 de noviembre de 2012

Las muertes.

Voy a trenzar
nuestros cabellos en forma
de relicarios
que nos protejan de los demonios
que habitan los Bares.





J.C




23 de noviembre, 2012.


Noche de una borrachera perpetua. Hubo vomito. El vomito de más colores que dejó todo con un olor a ácido y besos de noche.

Besos de noche en la mitad de parques llenos de estúpidos; pero ellos no existían. Sólo existía el olor, y los colores, y los cabellos, y el chocolate, y las fresas. Sólo existíamos en la mitad de la decadencia y el sabor a madera y podredumbre.

No fue el mismo lugar de siempre pero sí las mismas imágenes, teníamos en los ojos cintas de encaje para ver sólo el amor y nuestras manos, cintas de encaje en los ojos para evitar ver a nuestros demonios que nos buscaban para bebernos.

Y nuestros cabellos trenzados…
Y el olor a ácido…



J.C.






La muerte que resisto.

No me hables, si quieres, no me toques, no me conozcas más, yo ya no existo. Yo soy sólo la vida que te acosa y tú eres la muerte que resisto.”


 Jaime Sabines

viernes, 16 de noviembre de 2012

Es un poema de amor.

Que cuando estoy con ella,
todo parece un cuento
de Caicedo.


Si tuviera que escoger entre el humo y tú,
te escogería a ti,
por que contigo me
basta para
nublar todas las vidas.


Hasta la mia.



J.C

Te siento, siempre.



martes, 13 de noviembre de 2012

El genio de la muntitud.


(...)

Cuidado con aquellos que buscan constantes
multitudes; no son nada
solos.
Cuidado con
El hombre corriente
Con la mujer corriente
Cuidado con su amor.
Su amor es corriente, busca
lo corriente.
Pero es un genio al odiar
es lo suficientemente genial
al odiar como para matarte, como para matar
a cualquiera.
Al no querer la soledad
al no entender la soledad
intentarán destruir
cualquier cosa
que difiera
de lo suyo.
Al no ser capaces
de crear arte
no entenderán
el arte.
Considerarán su fracaso
como creadores
sólo como un fracaso
del mundo.
Al no ser capaces de amar plenamente
creerán que tu amor es
incompleto

y entonces te
odiarán.
Y su odio será perfecto
como un diamante resplandeciente
como una navaja
como una montaña
como un tigre
como cicuta
Su mejor
ARTE.

Charles Bukowsky



SUEÑO NÚM. 11.880

Caen señoritas en paracaídas y todas, gracias al cielo del que vienen, se parecen a ti. No traen armas, pero la forma de los pelitos de su vientre nos aterroriza de delicia desde la altura que empe- queñece veloz. Todas hacen mohines simultáneos, anticipando que su belleza es, como siempre, cruel. Todas se llaman como tú. De sus hombros sin alas penden como cabezas de cadáveres las másca­ras antimariposas y de las vainas de sus espadas olvidadas surgen góticos lirios que echan chorritos de niebla estrictamente lila. No tienen la cabellera que te baña los pies, tu negro nido de oropéndola donde quise vivir por los siglos de los siglos, despertándome a diario frente a un preciosamente inserto desayuno de pergaminos cocidos y toron­jas, pero se defienden con la loca brillantez de sus cascos decorados con brochazos de aceite in­dustrial y minio en polvo.

Sin el menor esfuerzo, mueven convulsivamente las caderas para hacer de su caída un real desaire y, así, parecerían la más majestuosa plomada de plumas entrando en los arroyos del Paraíso Terrenal, si no fuera por­que cada diez metros muestran esos horribles car­teles en que anuncian pastelillos rellenos de leche de mujer. Tampoco tienen nada que ver con las medusas marinas ni con su posible esqueleto de suspiros helados. Tienen de ti ese porte que delata el olor bestial del amor después de un año de abandono o de burla, ese halo infernal de las ena­moradas desahuciadas por Dios, esa súplica que nos ordena desnudarnos y sumirnos en pensamien­tos y reminiscencias que tienen que ver con las misas mayores de la Semana Santa, los imprope­rios de la multitud ante los errores crasos de los más inmensos héroes deportivos, los nudos de ser­pientes gordas que llenan las cuevas de la selva de Honduras, o el combate de dos tanques pesados, librado en el interior del Museo del Hombre. ¡Oh pasión por ellas: deberá llover tanto y tan frío aún sobre ti para que pueda al menos soportarte, manipularte, usarte! Todas caen, al mismo tiem­po, sobre el prado. Las flores que pisan y machu­can vuelven a erguirse de inmediato.


Roque Dalton.




Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,

Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a tus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.
Pero ya no habrá tiempo de llorar.
ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón:

Hace frío sin ti,
pero se vive.




Roque Dalton.

Hace frío sin ti,
pero se vive.

Hora de la ceniza

Finaliza septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.

Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.

Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.
Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la esperanza.

Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.
Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.

Siento deseos de reír
o de matarme.



Roque Dalton




domingo, 11 de noviembre de 2012

No te pongas bravo poeta


La vida paga sus cuentas con tu sangre
y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor.


Cógele el cuello de una vez, desnúdala,
túmbala y haz en ella tu pelea de fuego,
rellénale la tripa majestuosa, préñala,
ponla a parir cien años por el corazón.

Pero con lindo modo, hermano,
con un gesto
propicio para la melancolía.



Roque Dalton



sábado, 13 de octubre de 2012

Malas Horas



Ya no llegas a mí. Tú ya no vienes
a ver mis libros y a leer mis flores,
no me enseñas la flor de tus amores, que en la maceta de tus manos tienes.

Si vieras cómo tengo ya las sienes
de esperarte en mis trágicos temblores, ¡pero cómo, dolor de mis dolores,
con mis largos dolores te entretienes!

Paso las horas sin oír tu paso,
me las paso mirándote en mi vaso, y me las paso con la luz alerta.

Así las paso, que si no te veo,
mañana encontrarás, mañana, creo, mi elegante cadáver en tu puerta.




Ciro Mendía




Fantasías, señora, fantasías..



Señora mía: ¡Escuche!
Tengo grandes sorpresas
para su corazón de antigua amada.

Ya no soy aquel bárbaro enamorado. Ahora
soy el cubiletero de las damas.

Fantasías, señora, fantasías...

¿Quiere, señora mía, que le haga de este frasco de lágrimas
un pomo de barniz para las uñas? Ahí lo tiene, gran señora mía.

¡Oh, qué uñas más rojas!
Me parece que usted, bella señora, ha estrangulado un niño.

Espere... No se vaya. ¡Oh, señora, se le ha caído un beso!
No se moleste usted... yo lo recojo, ya lo tengo en mis manos...


Pero señora, observe
los garfios de mis dedos, que por coger su beso temblando están y helados. ¿He recogido, acaso,
algún granizo rojo?

Está aquí, pues, su beso,
brillando entre mis manos temblorosas. No lo pierda de vista,
mi trabajo es muy limpio...
Hago así, hago asá... ¡y desparece!

Mire, señora mía, le devuelvo su beso, convertido
en este caramelo de manzana.

Fantasías, señora, fantasías...

Fabríqueme, señora, unas sonrisas –diez o veinte sonrisas–
que yo se las transformo
en mil pañuelos blancos.

¿No ve ya sus sonrisas diciéndonos adiós desde el olvido?

Fantasías, señora, fantasías...

Espérese, señora,
que voy a adivinarle el pensamiento... Por Dios, señora mía,


no está bien que así deje olvidado su lindo pensamiento
en las páginas frescas, satinadas, de un cuaderno de modas.
Eso es imperdonable,
señora de los guantes enlutados.

Fantasías, señora, fantasías...

¿Enojada se va, señora mía,
de mi parque de ensueño?
Lo siento, lo deploro,
señora de ojos y de zorro oscuros.

Adiós, señora mía, y no se olvide que merced a mis buenas aficiones de ilusionista hindú,
sus pies de líneas puras
van pisando la grama de mis penas. ¡Oh, no, señora mía,
puede pisar la grama!

Fantasías, señora, fantasías...


Ciro Mendía.



(Penas las que tú me diste; besos los que yo te di.)



jueves, 11 de octubre de 2012

Ausencia.

Cuando pienso en ti el dolor regresa y me aplasta como hacen los niños con las hormigas. Tu ausencia es mi castigo. Aunque sé que no puedo encontrarte, recorro día y noche el laberinto. Y dentro de mi estúpido corazón el deseo de verte crece y crece como un tumor de terciopelo. Tu ausencia marca el ritmo de mis horas e insomnios. He olvidado mi nombre, he olvidado cada cosa que no se relaciona contigo. La muerte me desgasta incesante y no quisiera morir sin ver en tus ojos el nivel del invierno. La vida es corta pero las horas son infinitas. Tu ausencia me rodea, me ahoga, me desgarra. Tu ausencia es mi único pecado y mi mayor condena. Tu ausencia es el beso invisible del ansia, el verano oscuro, las caricias invisibles. Las nubes pasan, las palabras se apagan y el dolor permanece. El dolor es mi perro fiel, el guardián implacable de esta cárcel atroz, de esta celda sin paredes a la que estoy confinado. Siento tu boca que roza la mía y huye hasta el fin del mundo. Tu imagen se forma y deforma en mi mente, las fuerzas me abandonan y sólo el dolor me sostiene. El dolor es mi único alivio. Busco el dolor como los insectos buscan la luz que les quema el alma. La vida te destruye en algún remoto lugar y mi memoria perfecciona cada uno de tus rasgos. Eres como siempre el resplandor y la lágrima, la dueña imposible de mis emociones. Antes de soñar el amor ya te soñaba a ti. Estás hecha de mi sangre y de mi nombre. Sé que aunque grite no vendrás, que tu ausencia invadirá mis huesos y borrará mi imagen de la mente de quienes me conocieron y juraron recordarme. Hoy es un día soleado, estoy a la deriva en un bosque de pinos. No sé cómo llegué aquí. Estoy esperando una señal, un evento secreto. Inmóvil sobre la hierba.




Efraim Medina.



A la mujer más injusta.




domingo, 7 de octubre de 2012

Rostro de vos.

Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón.

Tengo una soledad
tan concurrida
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto
y por sabor.

Sin temblor de más
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos.

Estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna
maldición.

Mis huéspedes concurren
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor
yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos.

Pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman
como víveres
que buscan su hambre
miran y miran
y apagan mi jornada.

Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van
no queda nada.

Ya mi rostro de vos
cierra los ojos
y es una soledad
tan desolada.




Mario Benedetti.


Carta.

Ojalá pudieras tú comprender tu deber de ser meramente un sueño de un soñador. De ser apenas el incensario de la catedral de los devaneos. De esculpir tus gestos como sueños, para que fueran sólo ventanas abiertas a paisajes nuevos de tu alma. De tal modo construir tu cuerpo con remedos de sueño que no fuera posible verte sin pensar en otra cosa, que lo recordaras todo menos a ti misma, que verte fuera como oír música y atravesar, sonámbulo, grandes paisajes de lagos muertos, vagas florestas silenciosas pedidas en el fondo de otras épocas, donde invisibles parejas diferentes viven sentimientos que nosotros no tenemos.
Yo no te querría para nada salvo para no tenerte. Querría que, soñando yo apareciendo tú, pudiera imaginarme todavía soñando -tal vez ni siquiera viéndote, pero quizás reparando que la luz de la luna había inundado los lagos muertos y que ecos de canciones ondeaban súbitamente en la gran floresta no explícita, perdida en épocas imposibles.
Mi visión de ti sería el lecho donde mi alma se adormeciera, niña enferma, para soñar otra vez con otro cielo. ¿Hablarías? Sí, pero que oírte fuera no oírte sino ver grandes puentes a la luz de la luna, unir las dos orillas del río que va a dar al anciano mar donde las carabelas son nuestras para siempre.
¿Sonríes? Yo no sabía nada de eso, pero mis cielos interiores estaban poblados de estrellas. Me llamas durmiendo. Yo no reparaba en eso, pero en el barco lejano cuya vela de sueño navegaba a la luz de la luna, veo marinas remotas.





Fernando Pessoa.




sábado, 6 de octubre de 2012

Ciento cincuenta palabras.




Esta noche escribí mil veces “Sí” (los conté, uno por uno) y en cada uno estaba su imagen –mil imágenes suyas pasando por una sola cabeza, que más que cabeza es puro cabello y caspa-  es como si cada gota de lluvia de hoy (por que todo el día ha llovido) me hubiese caído en un solo ojo. Como si mezclara mil cajas de plastilina de todos los colores (igual que cuando era más pequeña). Como si tuviera el cabello hasta los tobillos y una negrita en la playa me lo llenase de trenzas. Como si recortara todas las flores de mis vestidos y las sembrase… Sí, fueron muchas hojas. Pienso que ojalá de cada “sí” me salga un cuento, así al menos si usted no me deja pasar la vida viéndola, me la pasaría escribiéndole. – y eso que la he visto una sola noche (noche que bastó para espantarla)- 


J.C

martes, 18 de septiembre de 2012

Un sinfín de Ayeres.

Las ondulaciones de su vientre ocultas en sangre, sus pechos con puntas de melancolía, el humo cargado de droga y la pasión de sus mentiras entretejidos con cicatrices y espirales de colmillos, dique sobre dique de arpas sangrientas, de besos sofocados con amapolas y melancolía, de juventud consumida , matriz vuelta, cuerdas que chasquean con música fúnebre, música nocturna escrita sobre arena y la arena sembrada de estrella y ola que alumbra el nido del escorpión.

Mil años de melancolía se extendían entre los dos y ella no tenía respuesta que darle. A qué había que responder si la vida era un poema, la droga y el incienso de un sinfín de ayeres y mañanas.



un sinfín de ayeres
un sinfín de ayeres
un sinfín de ayeres
un sinfín de ayeres
un sinfín de ayeres
un sinfín de ayeres.



lunes, 20 de agosto de 2012

Poema sin nombre


Como una gran niebla ardida
desde todas las distancias emergiendo
o lo mismo que el horizonte...

Te recuerdo y vienen piando
las hojas marchitas del atardecer,
hermana, amiga, esposa,
a cantar la tonada del viaje y las guitarras
en las cruces lluviosas de mi padecimiento.

Llegas desde la orilla de las congojas sumas
con la cara trizada de eternidad y cantos.

Mis pájaros de alambre triste
se ahogan en tus crepúsculos,
y yo gimo mamando nieblas.

Voy como los perros mojados
a la siga de tu recuerdo,
sujetándome las palabras.

Desde tu ausencia está lloviendo, mi hijita;
las rotas lágrimas
extienden una gran cortina de pájaros agonizantes
encima de mi sueño enorme;
y desde la abertura de las noches caídas
cantan los gallos humosos...

(El invierno te llena de canciones amarillas) .

Sé que todos los barcos que emigran van a fondear en tu corazón,
que las golondrinas saludan con su bandera azul,
la melancolía morena de tus actitudes deshojadas y vagabundas,
y voy edificando canciones
a la manera que grandes ciudades extranjeras.

¡Quién degolló las gaviotas claras de la alegría
debajo de los ríos eternos?...
¿Quién canta desde el Poniente, la canción de todas las tristezas?
¿Quién enluta de llanto la enrojecida soledad,
alargándola en lo obscuro, obscuramente obscuro,
extendiéndola en lo amargo amargamente amargo
como una gran cama de sangre tronadora y crepuscular
o una gran manta violenta?...

¡Ay! querida, el tiempo se ha parado como un águila en tu memoria.

Tú das al Universo este color rodante
y este rumor violeta cruzado de cigarras;
la inmensa bruma aquella viene de tus sollozos;
siento que se ha trizado la curva de la tierra
al peso colosal de tu pie entristecido.

Los cantos dorados del tiempo, o por mejor decirlo, los mundos
                                                                       llovidos del tiempo
tiritan amontonados encima de mi angustia,
y una gran paloma negra se suicida en las arboladuras del occidente.

La pena cuadrada,
el dolor animal y rotundo, la llagadura horrenda de sentirse
¡medio a medio de la circunferencia!...
parado
¡medio a medio de la circunferencia!

Niña-Winétt!...
Y tu actitud de pájaro haciendo con besos la puntería a mi corazón.


Niña de las historias melancólicas, niña...


Niña de las historias melancólicas, niña,
niña de las novelas, niña de las tonadas
tienes un gesto inmóvil de estampa de provincia
en el agua de otoño de la cara perdida
y en los serios cabellos goteados de dramas.

Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente
como la eternidad encima de los muertos,
recuerdo que viniste y has existido siempre,
mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres,
toda la especie humana se lamenta en tus huesos.

Llenas la tierra entera, como un viento rodante,
y tus cabellos huelen a tonada oceánica,
naranjo de los pueblos terrosos y joviales,
tienes la soledad llena de soledades,
y tu corazón tiene la forma de una lágrima.

Semejante a un rebaño de nubes, arrastrando
la cola inmensa y turbia de lo desconocido,
tu alma enorme rebasa tus huesos y tus cantos,
y es lo mismo que un viento terrible y milenario
encadenado a una matita de suspiros.

Te pareces a esas cántaras populares,
tan graciosas y tan modestas de costumbres;
tu aristocracia inmóvil huele a yuyos rurales,
muchacha del país, florecida de velámenes,
y la greda morena, triste de aves azules.

Derivas de mineros y de conquistadores,
ancha y violenta gente llevó tu sangre extraña,
y tu abuelo, Domingo de Sánderson, fue un hombre;
yo los miro y los veo cruzando el horizonte
con tu actitud futura encima de la espalda.

Eres la permanencia de las cosas profundas
y la amada geográfica, llenando el Occidente;
tus labios y tus pechos son un panal de angustia,
y tu vientre maduro es un racimo de uvas
colgado del parrón colosal de la muerte.

Ay, amiga, mi amiga, tan amiga mi amiga,
cariñosa lo mismo que el pan del hombre pobre;
naciste tú llorando y sollozó la vida;
yo te comparo a una cadena de fatigas
hecha para amarrar estrellas en desorden.



La idolatrada


Montaña de versos, brazada de sueños
ardiendo,

sobre mi sexo;
llaga de sol, llaga de miel, llaga de luz encima de las frutas clásicas,
incendio,
leña de pena...

Como camino polvoroso
de canciones,
como recuerdo polvoroso,
así
tu amor
embellece   y   alegra entristeciendo.

Viejo y negro pueblo de tórtolas crepusculares;
casa de los naranjos melancólicos
y las tejas lluviosas;
casona de herrumbre con gatos oblicuos y tristes;
con limoneros, solteronas y días domingos,
con villorrios y viajeros, con postinos de cansancio, con carretas de tonadas
en las vitrinas anacrónicas;
país de las provincias y los pianos ruinosos
bajo el poniente irremediable,
país de los sepulcros, los borrachos y las rutas de otoño,
yo.
y tú,
tú, pequeña, curiosa, morena, asomada en las ventanas...

Quiero la vida porque tú eres vida,
quiero la sombra porque tú eres sombra, mujer,
quiero la tierra porque tú eres tierra;
y tus besos como higos
                      como agua de fuentes rurales.
                      como uvas
llenas de mar, cantando desde las viñas cósmicas;
acepto la materia y la tristeza
porque tu carne es triste,
porque tu alma es triste
como la higuera de las parábolas.

Abierta
frente al universo
abierta,
eres cual una herida de la Tierra.
poblada de voces mundiales,
madura de goces fragantes...
¡palabras del siglo, muñeca con ojazos negros!...
panorama del hombre y del tiempo
cruzando mis huesos!...

Aventurero con espanto,
columpio mi gesto pirata,
como un fruto enorme y podrido,
entre la nada y la nada;
encima tú, como un beso en un mundo,
encima tú, temblando,
encima tú, como un canto en un muerto,
encima tú, como un nido en un árbol
estupendo,
paloma de las lindes últimas.

Eres clara como la muerte,
eres buena como la muerte
y profunda como la muerte;
dulce y triste como sol de invierno;
llena de nidos y frutos,
como un bosque inmenso o una humilde casa de campo:
arada por la maternidad,
los hijos te engrandecen como a la tierra el surco,
mujer, la idolatrada.
mujer, la idolatrada.

Hermana de la luna,
la pena,
la lluvia
y el destino de las cosas,
determinas el límite
de l0 absoluto y l0 infinito
con la rayita azul de tu existencia.

Embajadora de las golondrinas,
mujer, la idolatrada;
se enorgullece "Dios" de haberte hecho
y haberte mirado en los tiempos, haberte mirado en los mundos, haberte
                                                                               mirado en los sueños
frente a la creación, adolorida;
bendita y amada
por
los siglos
de
los siglos...
¡coronada de pueblos y de niños!...



sábado, 11 de agosto de 2012

El último intento.


Este es mi último intento de ser feliz
después de caer y vuelta a caerme de nuevo
con una palidez y un temor balbuceante
intoxicado por fresas venenosas.

Este es mi último intento de ser feliz,
como lo pensé, mi fantasma está parado ante un precipicio
y desea dar un salto por sobre todas mis heridas
hacia un lugar en que tiempo atrás fui hecho pedazos.

Allí sobre mis huesos rotos
una libélula muy serena se posa en ellos
y las hormigas tranquilamente vienen entrando
en las vacías cuencas de mis ojos.

Me he transformado en un fantasma. Me he ido de mi cuerpo,
me desprendí de mis huesos
pero sigo entre los fantasmas
y otra vez mi imagen se dibuja en tantos abismos.

Un cariñoso fantasma produce más terror que un cadáver.
Pero a ti no te dio miedo y me entendiste,
y juntos saltamos como si fuera un precipicio
pero el profundo abismo se extendió en unas alas blancas
y nos dejó en la niebla.

Tú y yo no estamos tendidos en una cama,
sino en la niebla que apenas nos sostiene.
Soy un fantasma. Ya no me quiebro mis huesos.
Pero tú continuas viva. Y tengo tanto miedo por ti.

Otra vez el cuervo gira en círculos funerarios
y espera por la carne fresca como en un campo de batalla.
Este es mi último intento de ser feliz.
Mi último intento de poder amar.





Quince minutos antes.


Llegue más temprano, como siempre, quince minutos antes para encontrar el lugar más visible, el lugar donde la luz llegara para iluminar más bonito, quince minutos para encontrar mi lugar.

 Los quince minutos de siempre para ver por donde llegaría, quince minutos para estar segura de que iba a ver la expresión de la cara suya al buscarme, ver como caminaba sin saber que yo estaba ahí, mirando, ver el cambio de sus pasos en el mundo cuando caía en la cuenta de que tenía mis ojos puestos en sus cabellos, en sus manos y en sus ojos, que veían como paso por paso se acortaba la distancia de nuestros cuerpos.

Quince minutos para planear un comentario bonito sobre la gente, sobre su camiseta. Quince minutos para descartar cualquier intento de poema cotidiano, cambiándolo por un abrazo que al final se convertía en un beso de mejilla contra mejilla.

Quince minutos perdidos porque ese día llovió y hubo que dejar el lugar con luz bonita para encontrar uno con techo, un lugar que probablemente no me dejaría ver sus pasos y los pasos de su amiga.
Primero llovió fuerte, después suavemente, pero era el agua suficiente para conservar los charcos. Llovía y hacia sol. Mi cuerpo caminaba bajo la chaqueta de su amiga para prohibir al agua tocar nuestras pieles, chaqueta que nos hacía mirar hacia abajo, mirar nuestros pies mojados.

Escampó.

Un café con leche, una gaseosa, un café con poquita azúcar. La amiga, mi amiga y yo. Un café con leche frente a mi café amargo. Ojos tristes frente a ojos tímidos; un encendedor antiguo, como regalo. Regalar un encendedor como regalar un recuerdo, regalar el recuerdo de una antigua amiga suya.

Caminar cinco minutos que multiplicado por tres era quince, para comprar un cigarrillo, y caminar diez minutos que multiplicado por tres era treinta, para sacar de un bolso un aerosol azul y rayar la pared de la construcción empantanada.

Dejar de contar el tiempo y empezar a contar historias.

La puerta del museo, más de quince personas en la fila, sonaba un violonchelo. Las sillas, nuestras tres sillas en la mitad de la mitad del salón, por razones de luz y estética. Mi mano sobre la mano de la amiga, las risas.

Terminó el concierto, mejillas contra mejillas.

La amiga y yo esperábamos el mismo bus.

Las personas, los asientos, el conductor, las calles, los semáforos.

Diecisiete minutos después, Ella bajó del bus de mi vida. 



J.C

domingo, 5 de agosto de 2012

La ventolera.


Silba el viento dentro de mí.
Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara.


El hambre/2


Un sistema de desvínculo: El buey solo bien se lame.

El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema, que no da de comer,tampoco da de amar: a muchos los condena al hambrede pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.



domingo, 22 de julio de 2012

Diez y: (siete)

Uno.

Voy a coser cada recuerdo con puntadas muy pequeñas y pulidas
y se van a sostener todos tan juntos,
tan fuertes,
que podrán salir solos.



Dos.

Salieron a caminar los recuerdos
y aún no han vuelto.
No es tan tarde.
Estoy preocupada y digo en voz alta:
“no sé qué pensar”
y lo digo como un susurro,
casi in-oíble.
Lo digo tan bajo
que si no fuese porque vi
el movimiento de mis labios en el espejo,
lo hubiese confundido
con un pensamiento.


Tres.

Salí y pegué tu foto en
cada poste de luz que fue posible y yo
sólo sabia que eras tú porque los
únicos recuerdos que no cosí,
fueron el de los olores de mi vida.


Cuatro. 
No valieron cuantas fotografías
disolví por toda la ciudad/ en los carteles
no puse un teléfono, ni una dirección, ni si quiera un titulo de:
“perdidos”
¿los quiero encontrar?


Cinco.

Cambié de casa y de nombre.
No se van a quedar afuera por siempre.


Seis.

Descuelgo el paraguas que no
entra en las maletas y lo abro.
Caen los pétalos secos,
los pétalos secos de mis recuerdos.


Siete.

Desde que fuimos
lo que nunca más seremos, no había caído del cielo
más agua que la del rocío en la mañana.


¿Aún conservas mi foto?


J.C