viernes, 8 de junio de 2012

Los sueños de una mujer que soñaba con otra mujer.


Había una mujer que siempre soñaba con otra mujer, cada vez que la primera mujer cerraba los ojos, tenía la imagen de la segunda mujer entre sus parpados, la primera mujer soñaba con que ella y la segunda mujer vivían juntas y en como era su cara al amanecer a su lado, la primera mujer planeaba muchas maneras de despertarse sin despertar a la segunda mujer para ir y lavarse la cara y organizarse el cabello porque quería que ella (La segunda mujer) abriera los ojos y se enamorara. La primera mujer soñaba con que la segunda mujer llegaba a la casa que compartían y la encontraba en el baño, metida en la ducha, con ropa y con un cigarrillo en los labios y en que en seguida se quitaban la ropa y hacían el amor y después llegaban tarde a una de las fiestas familiares de la segunda mujer.

Pero la primera mujer también tenía pesadillas, siempre la misma…

La primera mujer soñaba con qué un día la segunda mujer le hacia caso a las personas que le decían que la primera mujer la estaba estancando porque casi siempre estaba borracha, soñaba con que la segunda mujer se cansaba de que la primera mujer no la dejara pensar en los negocios, soñaba que un día la segunda mujer la dejaba a ella para conseguirse una tercera mujer que también como ella (la segunda mujer) hablara otro idioma y quisiera irse para otro país.

La primera mujer sentía a la segunda mujer muy lejos y muy fría.

Soñaba con que se congelaban en el tiempo, soñaba con que los ojos negros de la segunda mujer ya no la miraban para saber si sí estaba ahí, porque los ojos negros de la segunda mujer tenían que preocuparse por la tercera mujer. La primera mujer tenía sueños dentro de sus sueños,  en esas pesadillas soñaba con cómo antes, la segunda mujer la miraba con sus ojos negros siempre, para saber que la primera mujer estaba ahí, soñaba en como antes la segunda mujer sentía tanto miedo cuando iba a parpadear porque pensaba que tras ese leve apagón de luz iba a encontrar un espacio vacío que debía de estar lleno con la primera mujer. 

La primera mujer se despertaba sudando, porque en sus sueños sentía como si para la segunda mujer, ella (la primera mujer) fuera sólo una aparición de poquitos colores, se despertaba pensando que cada día la segunda mujer iba a dejar de interesarse por sus días, a los que la primera mujer prefería llamar constelaciones.

La primera mujer soñaba con que ella y la segunda mujer eran una bufanda, que ella y la segunda mujer eran un montón de hilos entrelazados y que si una se movía se iba a deshacer la bufanda de sus vidas, la primera mujer tenía pesadillas en las que sentía que ella y la segunda mujer eran hilos de papel, y que cada lagrima que caía de la primera o de la segunda mujer, con o sin gusto, hacía que se desgastara más y más…

La primera mujer soñaba que perdía a la segunda mujer, que la alcanzaba, que la amaba. La primera mujer no podía ni imaginar como sería estar sin la segunda mujer, si un día soñaba que se iba, al día siguiente soñaba que volvía.
Antes, la primera mujer nunca había soñado con la segunda mujer, pero después, no sabía como soñar sin estar soñando a la segunda mujer.




J.C

jueves, 7 de junio de 2012

El cuento de una mujer que se quería llamar Sonrisa.


Un día odiaba algo y al otro día lo amaba y así todos los días.

Las personas  creían que ella tenía problemas, y eso la asustaba mucho y la ponía a llorar siempre por la noche; A ella no le gustaba saber que tenía problemas, al contrarío, le gustaba que las personas le dijeran que tenía los ojos con forma de almendras y que eran del mismo color de su cabello medio rojizo.

Le gustaban las burbujas y  que los últimos rayos del sol a eso de las 4:30 o 5 le tocaran los hombros y los senos desnudos, le gustaba estar siempre sin ropa y descalza, pero tenía que contentarse con poder dormir así y con sólo bailar desnuda en el patio los domingos cuando su familia se iba para la misa.

Le gustaba que los domingos llovieran pero  lo único que llovía era agua; le gustaba salir al patio sin ropa y se ponía mucho perfume con olor a cerezas aunque ella prefería pensar que olía a fresas. Reía, hasta que alguna gota de domingo le caía en los ojos y entraba llorando a la casa gritando que odiaba las gotas de todo y que por eso prefería el humo, pero en la casa no se podía fumar, entonces odiaba a la casa, a la familia y al humo por dejar tanto olor en las telas.

Le gustaban las telas con sudor, pero sólo con el sudor de las mujeres.

Cuando entraba a la casa y paraba de llorar por lo que había pasado en el patio, olvidaba que había comenzado a odiar los domingos, el agua y el olor duradero del humo y empezaba a recordar que odiaba a los hombres y a su sudor y pensaba en su mamá y la odiaba porque la consideraba un hombre.

Odiaba a los hombres pero amaba poder gustarle a uno siempre que podía, y era encantadora y los acariciaba por atrás de las orejas y entonces ella se conmovía y pensaba que eran muy tiernos porque no sabían cuanto los odiaban.

Cuando era pequeña odiaba las misas largas pero cuando fue grande –(sus papas se dieron cuenta de que tenía problemas, de que no se daba la bendición ni rezaba el padre nuestro con los ojos cerrados)- y dejaron de obligarla a ir a las misas, amaba que fueran largas porque así podía estar más tiempo sola en la casa, podía bañarse con la puerta abierta y sentarse en el piso de la ducha con la llave abierta o cerrada; se sentía en la escena de una película y amaba sentirse así, le gustaba la atención y odiaba no poder tener un cigarrillo en la boca, entonces se conformaba con apagar la luz, cerrar los ojos y cantar alguna canción que hubiera comenzado a amar. Otras veces no la cantaba, sólo la imaginaba en su cabeza entonces se paraba y comenzaba a bailar y volvía a reír porque sentía una complicidad con la música y amaba tener complicidad con las cosas.

Casi siempre odiaba la música, le rascaban y dolían los oídos como cuando escuchaba la voz de su mamá y entonces lloraba y escribía en un cuaderno viejo cuanto desearía ser sorda y después lloraba más porque se imaginaba sorda leyendo sus poemas favoritos sin poder escuchar las palabras que los componían y sin poder escuchar la palabra “decadencia” que era la palabra que más le gustaba.

Amaba los animales pero cuando sacaba a su perro a dar un paseo los odiaba porque parecían niños pequeños sin saber diferenciar por donde hay peligro. Odiaba el peligro y las motos, odiaba a las personas que tenían motos porque cuando ella se subía a una, le tocaba gritar y repetir lo que decía.

Odiaba que la gente no la escuchara y tener que repetir eso que no le escuchaban.

Odiaba tener que odiar tantas cosas porque se sentía sucia con ese sentimiento  y odiaba sentirse sucia de algo que no fuera pintura, ella quería poder amar todo y se odiaba por no poder hacerlo, odiaba no poder amar todo porque todo lo que ama es bello; Odiaba no poder ser bella aunque algunas veces se sentía bella y amaba esos momentos.

Amaba las flores y ningún día llego a odiarlas, ni aunque ensuciaran el agua, se murieran, fueran moradas y no hicieran nada…

Odiaba no poder ser una flor, odiaba todo lo que pudiera llegar a ser, entonces ella amaba más las flores porque aunque llorara mucho por no poder ser una, nunca llegaría a serlo. 

Quería ser todo, entonces lloraba más que cuando la gente pensaba que ella tenía problemas; y se desesperaba porque sabía que podía llegar a ser muchas cosas que amaba y que por llegar a serlas, las iba a odiar tanto o más como a los hombres o a su familia o a las cosas feas que no quería que le pasaran.

Odiaba las cosas feas y por eso siempre se ponía vestidos de flores porque algo que tuviera una flor no podía ser feo, ella pensaba en un hombre con una flor y unas medias con encaje, entonces por más que lo intentara no podía odiar a ese hombre…

Amaba sentir que no podía odiar algo.

Amaba amar.
Odiaba odiar.

Odiaba sentirse estúpida y algunas veces cuando amaba algo, como a ese hombre con flores y medias, se sentía así.

Odiaba pensar porque siempre resultaba odiando algo, por eso no quiso estudiar literatura o filosofía; y quiso aprender a coser para poder tener muchos vestidos de flores y sentirse bella porque cuando algo es bello, no puede odiar y entonces usaba eso que pensaba y que le parecía más bonito que un himno y se lo estampaba en el alma y se cuidaba de no decirlo frente sus amigos porque no le gustaba que le robaran sus pensamientos por los que había odiado y peleado tanto.

Odiaba tener que mencionar el alma para que las personas la entendieran, no le gustaban las cosas en las que hubiera que creer para que existiesen.  Odiaba tener que creer en cosas o en personas.

Odiaba saber que las personas descubrían sus problemas y después de parar de llorar en esas noches, comenzaba a pensar que quizás cuando ella era pequeña, alguien le había hecho algo y eso había causado esos problemas entonces recordaba muchas cosas que le parecían raras y se confundía mucho.

Odiaba llorar tanto por que se le hinchaban los ojos y la boca. Le gustaba tener ojos, nariz y boca, amaba ponerse labial antes de irse a dormir o cuando comenzaba a leer y su familia se reía de ella pero no los odiaba por que tenía un poco más de color en su cuerpo y medio se sentía como una flor.

Le gustaba pintarle las uñas a la gente y maquillarlos pero nadie se dejaba maquillar de ella por que decían que no sabía, entonces a ella le daban ataques de risa por que no entendía como a alguien podía asustarle tener un poquito de color en las mejillas. Odiaba ser capaz de pintar personas pero no saber pintar flores.

Odiaba que las personas no pintaran con ella, odiaba a los niños pero algunas veces los odiaba menos porque los niños aunque fuera para pintar el mismo paisaje una y otra vez nunca rechazaban una crayola.

Amaba el paisaje, amaba el cielo. Odiaba el cielo cuando estaba completamente blanco, porque sentía como si lo hubieran recortado con algún programa de computador. Odiaba los computadores porque eran iguales de infinitos que el universo pero mucho menos bellos. 

Odiaba pensar en el universo porque quizá nunca llegaría a verlo como muestran en televisión y la asustaba pensar que quizá ese universo no existía. Odiaba la televisión porque la distraía cuando quería leer y porque en su casa siempre ven  televisión con el volumen muy alto y eso a ella no la deja dormir.

Amaba dormir, amaba despertarse al amanecer y pensar en lo bella que es la mañana y el frio, amaba volverse a quedar dormida y después intentar recordar sus sueños; no le gustaba confundirse con no saber si eran sueños antiguos o de esa misma noche. Siempre quiso tener una libreta para anotar sus sueños y no confundirse más, pero nunca había encontrado una lo suficiente bonita para regalarle esos sueños. Amaba considerar sus sueños como cosas que de verdad habían pasado, entonces los resultaba guardando como recuerdos.

Odiaba que los sueños se le acabaran, odiaba no ser capaz de dormir siempre que quería, no le gustaba no poder hacer las cosas cuando le daban ganas… dormir, pintar, escribir, emborracharse.

Odiaba a las personas pero a las que más odiaba, era a esas que pretendían detenerla de hacer algo, odiaba que esas personas dudaran de su capacidad para adivinar las consecuencias de lo que planeaba hacer. Odiaba a las personas que trataban de entenderla porque se parecían a una luz blanca queriendo pasar y descubrir todos los cuartitos de una casa.

Odiaba que la tocara la luz blanca por que le iluminaba todos los defectos y le hacia arder los ojos. Amaba que la tocara la luz amarilla por que así las nalgas se le veían bonitas y porque cuando se miraba en el espejo iluminada por esa luz amarilla, se miraba tanto tiempo que llegaba al punto de no reconocerse y a entender un poco más como la veían los demás, odiaba no estar segura de que todos los demás la veían, odiaba pensar que los otros no la veían simplemente porque los otros no existían. Odiaba pensar en los otros porque siempre terminaba pensando cosas que le arrebataban la poquita coherencia que le quedaba.

Odiaba la coherencia porque todo era coherente sólo por encima, hasta ella misma, y odiaba sentirse igual que el resto de las cosas.

Amaba las cosas pero no quería ser una, amaba las cosas de épocas pasadas porque hubiera amado nacer mucho tiempo atrás. Odiaba que de haber nacido tiempo atrás no se hubiera podido enamorar de otra mujer, a ella le gustaban las mujeres y le gustaban más cuando sabía que a esas mujeres también les gustaban otras mujeres. Amaba lo bonito y esas mujeres le parecían bonitas.

Amaba las mujeres de los libros que leía porque siempre eran mujeres de otros tiempos que enamoraban a escritores de otros tiempos. Odiaba estos tiempos porque en ellos ya no había buenos escritores.

Odiaba no poder ser una buena escritora, odiaba no escribir las cosas que se le ocurrían casi siempre cuando se iba a subir al bus y no tenía un lápiz a la mano y terminaba por olvidar algo que hubiera podido  ser un poema y por odiar los buses que amaba porque en ellos siempre se subían personas diferentes que algunas veces reconocía.

No le gustaba olvidarse de algo, pero cuando le pasaban cosas feas que odiaba  se esforzaba por borrar esos recuerdos que la hacían retorcerse y cerrar los ojos muy fuerte.

Amaba cerrar los ojos muy fuerte porque veía puntos de colores que después odiaba porque le hacían doler los ojos.

A ella no le gustaba nada que le pudiera hacer doler los ojos; odiaba el dolor, sobre todo el de las agujas y se odiaba por no ser capaz de aguantar ese dolor porque le hubiese encantado pincharse todos los dedos con algún alfiler.

Amaba tener dedos y cuando iba al campo siempre alzaba las manos para ver el cielo entre sus dedos y sentirlo parte de su cuerpo.

Amaba el campo, amaba las carreteras en las que poco a poco se desvanecían las casas y los edificios para ser reemplazados por estrellas. Nunca amo u odio una estrella.

Odiaba que en los campos no hubiera teatros y librerías, entonces se imaginaba en una casa en el campo pintando bodegones que luego enviaría a la cuidad para juntar dinero y así poder comprar un columpio para su casita en la montaña. Amaba subirse a los columpios  y balancearse con mucha fuerza, odiaba a la mujer que amaba porque un día le dijo que uno se podía marear en los columpios y de ahí en adelante siempre pensaba en los mareos cuando estaba elevada en el aire y se asustaba porque quizá el columpio no iba a soportar su peso.

Odiaba tener un peso, hubiera amado ser muy liviana para montar muy rápido en bicicleta. 

Amaba las bicicletas porque aunque no la elevaran tanto como un columpio, siempre le daba el aire en la cara y el cabello, y porque ella no se mareaba en las bicicletas.

Amaba tener cabello y sentirlo sobre su espalda desnuda.

Odiaba su cabello cuando hacia el amor con alguien, amaba hacer el amor con las personas pero luego lo recordaba y odiaba al sexo por las ridículas posiciones que las personas terminaban haciendo y porque se le derretían los risos y ella odiaba que se le derritieran los risos porque era por lo único que le gustaba a la gente. Odiaba gustarle a la gente por su cabello y no por su voz.

Odiaba su voz porque nunca la sintió propia. Amaba las voces que acariciaban y luego se entestecía por que nunca había conocido realmente a alguien con ese tipo de voz. Odiaba que esa gente con voz bonita no la conociera. Odiaba que las personas no la reconocieran, hubiera amado el que todas las personas supieran quien era ella.

Amaba sacarse fotografías porque sentía que guardaba sus recuerdos para cuando su cabeza no pudiera hacerlo, amaba sacarse esas fotos y luego las borraba y pensaba en lo mucho o en lo poco que le hubiesen gustado a las personas. Amaba que las personas le pidieran que posara para sus fotos e intentaba sonreír pero eso nunca le daba resultado, entonces se odiaba por no tener una bella sonrisa fotogénica.

Amaba las sonrisas y hubiera amado llamarse Sonrisa. Odiaba no poder cambiar de nombre cada vez que encontraba uno más bello que el anterior. Amaba ponerle nombre a las cosas aunque casi siempre los terminaba olvidando. Olvidaba muchas cosas importantes… olvidaba que quería ir al baño o hacer un café.

Ella odiaba olvidar que debía de terminar sus cuentos y amaba empezar muchos nuevos porque así sentía que estaba viva. Amaba las cosas vivas y odiaba no poder entender cómo cuerpos de animales muertos hacían cosas buenas en su cuerpo, amaba sacarse las espinillas y tomar té cuando se intoxicaba. Amaba intoxicarse porque le parecía muy bonito que su cuerpo decidiera expulsar cosas, odiaba su cuerpo porque no entendía cómo funcionaban las células. Odiaba no poder entender algunas cosas sólo porque le parecían aburridas.

Odiaba sentirse aburrida y desolada.

Amaba sentirse cansada porque sentía ganas de dormir por siempre, amaba sentir ganas de algo. Amaba sentir y lo único que odiaba sentir era miedo. Odiaba al miedo porque era como esas personas que la intentaban detener y que la hacían marear en los columpios.

Amaba detenerse a escribir las fechas por todas partes, amaba saber qué para cada día había un número. Amaba olvidar que escribía esas fechas en los libros y redescubrirlas años después cuando volvía a llorar por lo bellos que eran, amaba sus libros y hubiese odiado tener que deshacerse de ellos, amaba sentarse a abrazarlos, amaba perderse entre las líneas y cuando a esos libros los iluminaba una luz blanca no podía odiarla. Los amaba a todos con la misma cantidad de amor y nunca pudo decidir cual era su favorito.

Amaba abrazar a todo lo que pudiera, amaba que la cargaran y la abrazaran muy muy muy fuerte. Amaba el calor que sentía en esos abrazos. Amaba al sol porque su calorsito siempre se podía tener sobre los brazos y todo el cuerpo…

Un día leyendo sus cuentos se dio cuenta de qué si combinaba algo que odiaba con algo que amaba, por mucho que se esforzara no podía odiarlo, entonces amo esa idea y empezó a agrupar sus hábitos pero al otro día la odio y prefirió seguir mirando las nubes y pintar a los animales que se le atravesaban con su acuarela de color azul.




J.C.