lunes, 20 de agosto de 2012

Poema sin nombre


Como una gran niebla ardida
desde todas las distancias emergiendo
o lo mismo que el horizonte...

Te recuerdo y vienen piando
las hojas marchitas del atardecer,
hermana, amiga, esposa,
a cantar la tonada del viaje y las guitarras
en las cruces lluviosas de mi padecimiento.

Llegas desde la orilla de las congojas sumas
con la cara trizada de eternidad y cantos.

Mis pájaros de alambre triste
se ahogan en tus crepúsculos,
y yo gimo mamando nieblas.

Voy como los perros mojados
a la siga de tu recuerdo,
sujetándome las palabras.

Desde tu ausencia está lloviendo, mi hijita;
las rotas lágrimas
extienden una gran cortina de pájaros agonizantes
encima de mi sueño enorme;
y desde la abertura de las noches caídas
cantan los gallos humosos...

(El invierno te llena de canciones amarillas) .

Sé que todos los barcos que emigran van a fondear en tu corazón,
que las golondrinas saludan con su bandera azul,
la melancolía morena de tus actitudes deshojadas y vagabundas,
y voy edificando canciones
a la manera que grandes ciudades extranjeras.

¡Quién degolló las gaviotas claras de la alegría
debajo de los ríos eternos?...
¿Quién canta desde el Poniente, la canción de todas las tristezas?
¿Quién enluta de llanto la enrojecida soledad,
alargándola en lo obscuro, obscuramente obscuro,
extendiéndola en lo amargo amargamente amargo
como una gran cama de sangre tronadora y crepuscular
o una gran manta violenta?...

¡Ay! querida, el tiempo se ha parado como un águila en tu memoria.

Tú das al Universo este color rodante
y este rumor violeta cruzado de cigarras;
la inmensa bruma aquella viene de tus sollozos;
siento que se ha trizado la curva de la tierra
al peso colosal de tu pie entristecido.

Los cantos dorados del tiempo, o por mejor decirlo, los mundos
                                                                       llovidos del tiempo
tiritan amontonados encima de mi angustia,
y una gran paloma negra se suicida en las arboladuras del occidente.

La pena cuadrada,
el dolor animal y rotundo, la llagadura horrenda de sentirse
¡medio a medio de la circunferencia!...
parado
¡medio a medio de la circunferencia!

Niña-Winétt!...
Y tu actitud de pájaro haciendo con besos la puntería a mi corazón.


Niña de las historias melancólicas, niña...


Niña de las historias melancólicas, niña,
niña de las novelas, niña de las tonadas
tienes un gesto inmóvil de estampa de provincia
en el agua de otoño de la cara perdida
y en los serios cabellos goteados de dramas.

Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente
como la eternidad encima de los muertos,
recuerdo que viniste y has existido siempre,
mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres,
toda la especie humana se lamenta en tus huesos.

Llenas la tierra entera, como un viento rodante,
y tus cabellos huelen a tonada oceánica,
naranjo de los pueblos terrosos y joviales,
tienes la soledad llena de soledades,
y tu corazón tiene la forma de una lágrima.

Semejante a un rebaño de nubes, arrastrando
la cola inmensa y turbia de lo desconocido,
tu alma enorme rebasa tus huesos y tus cantos,
y es lo mismo que un viento terrible y milenario
encadenado a una matita de suspiros.

Te pareces a esas cántaras populares,
tan graciosas y tan modestas de costumbres;
tu aristocracia inmóvil huele a yuyos rurales,
muchacha del país, florecida de velámenes,
y la greda morena, triste de aves azules.

Derivas de mineros y de conquistadores,
ancha y violenta gente llevó tu sangre extraña,
y tu abuelo, Domingo de Sánderson, fue un hombre;
yo los miro y los veo cruzando el horizonte
con tu actitud futura encima de la espalda.

Eres la permanencia de las cosas profundas
y la amada geográfica, llenando el Occidente;
tus labios y tus pechos son un panal de angustia,
y tu vientre maduro es un racimo de uvas
colgado del parrón colosal de la muerte.

Ay, amiga, mi amiga, tan amiga mi amiga,
cariñosa lo mismo que el pan del hombre pobre;
naciste tú llorando y sollozó la vida;
yo te comparo a una cadena de fatigas
hecha para amarrar estrellas en desorden.



La idolatrada


Montaña de versos, brazada de sueños
ardiendo,

sobre mi sexo;
llaga de sol, llaga de miel, llaga de luz encima de las frutas clásicas,
incendio,
leña de pena...

Como camino polvoroso
de canciones,
como recuerdo polvoroso,
así
tu amor
embellece   y   alegra entristeciendo.

Viejo y negro pueblo de tórtolas crepusculares;
casa de los naranjos melancólicos
y las tejas lluviosas;
casona de herrumbre con gatos oblicuos y tristes;
con limoneros, solteronas y días domingos,
con villorrios y viajeros, con postinos de cansancio, con carretas de tonadas
en las vitrinas anacrónicas;
país de las provincias y los pianos ruinosos
bajo el poniente irremediable,
país de los sepulcros, los borrachos y las rutas de otoño,
yo.
y tú,
tú, pequeña, curiosa, morena, asomada en las ventanas...

Quiero la vida porque tú eres vida,
quiero la sombra porque tú eres sombra, mujer,
quiero la tierra porque tú eres tierra;
y tus besos como higos
                      como agua de fuentes rurales.
                      como uvas
llenas de mar, cantando desde las viñas cósmicas;
acepto la materia y la tristeza
porque tu carne es triste,
porque tu alma es triste
como la higuera de las parábolas.

Abierta
frente al universo
abierta,
eres cual una herida de la Tierra.
poblada de voces mundiales,
madura de goces fragantes...
¡palabras del siglo, muñeca con ojazos negros!...
panorama del hombre y del tiempo
cruzando mis huesos!...

Aventurero con espanto,
columpio mi gesto pirata,
como un fruto enorme y podrido,
entre la nada y la nada;
encima tú, como un beso en un mundo,
encima tú, temblando,
encima tú, como un canto en un muerto,
encima tú, como un nido en un árbol
estupendo,
paloma de las lindes últimas.

Eres clara como la muerte,
eres buena como la muerte
y profunda como la muerte;
dulce y triste como sol de invierno;
llena de nidos y frutos,
como un bosque inmenso o una humilde casa de campo:
arada por la maternidad,
los hijos te engrandecen como a la tierra el surco,
mujer, la idolatrada.
mujer, la idolatrada.

Hermana de la luna,
la pena,
la lluvia
y el destino de las cosas,
determinas el límite
de l0 absoluto y l0 infinito
con la rayita azul de tu existencia.

Embajadora de las golondrinas,
mujer, la idolatrada;
se enorgullece "Dios" de haberte hecho
y haberte mirado en los tiempos, haberte mirado en los mundos, haberte
                                                                               mirado en los sueños
frente a la creación, adolorida;
bendita y amada
por
los siglos
de
los siglos...
¡coronada de pueblos y de niños!...



sábado, 11 de agosto de 2012

El último intento.


Este es mi último intento de ser feliz
después de caer y vuelta a caerme de nuevo
con una palidez y un temor balbuceante
intoxicado por fresas venenosas.

Este es mi último intento de ser feliz,
como lo pensé, mi fantasma está parado ante un precipicio
y desea dar un salto por sobre todas mis heridas
hacia un lugar en que tiempo atrás fui hecho pedazos.

Allí sobre mis huesos rotos
una libélula muy serena se posa en ellos
y las hormigas tranquilamente vienen entrando
en las vacías cuencas de mis ojos.

Me he transformado en un fantasma. Me he ido de mi cuerpo,
me desprendí de mis huesos
pero sigo entre los fantasmas
y otra vez mi imagen se dibuja en tantos abismos.

Un cariñoso fantasma produce más terror que un cadáver.
Pero a ti no te dio miedo y me entendiste,
y juntos saltamos como si fuera un precipicio
pero el profundo abismo se extendió en unas alas blancas
y nos dejó en la niebla.

Tú y yo no estamos tendidos en una cama,
sino en la niebla que apenas nos sostiene.
Soy un fantasma. Ya no me quiebro mis huesos.
Pero tú continuas viva. Y tengo tanto miedo por ti.

Otra vez el cuervo gira en círculos funerarios
y espera por la carne fresca como en un campo de batalla.
Este es mi último intento de ser feliz.
Mi último intento de poder amar.





Quince minutos antes.


Llegue más temprano, como siempre, quince minutos antes para encontrar el lugar más visible, el lugar donde la luz llegara para iluminar más bonito, quince minutos para encontrar mi lugar.

 Los quince minutos de siempre para ver por donde llegaría, quince minutos para estar segura de que iba a ver la expresión de la cara suya al buscarme, ver como caminaba sin saber que yo estaba ahí, mirando, ver el cambio de sus pasos en el mundo cuando caía en la cuenta de que tenía mis ojos puestos en sus cabellos, en sus manos y en sus ojos, que veían como paso por paso se acortaba la distancia de nuestros cuerpos.

Quince minutos para planear un comentario bonito sobre la gente, sobre su camiseta. Quince minutos para descartar cualquier intento de poema cotidiano, cambiándolo por un abrazo que al final se convertía en un beso de mejilla contra mejilla.

Quince minutos perdidos porque ese día llovió y hubo que dejar el lugar con luz bonita para encontrar uno con techo, un lugar que probablemente no me dejaría ver sus pasos y los pasos de su amiga.
Primero llovió fuerte, después suavemente, pero era el agua suficiente para conservar los charcos. Llovía y hacia sol. Mi cuerpo caminaba bajo la chaqueta de su amiga para prohibir al agua tocar nuestras pieles, chaqueta que nos hacía mirar hacia abajo, mirar nuestros pies mojados.

Escampó.

Un café con leche, una gaseosa, un café con poquita azúcar. La amiga, mi amiga y yo. Un café con leche frente a mi café amargo. Ojos tristes frente a ojos tímidos; un encendedor antiguo, como regalo. Regalar un encendedor como regalar un recuerdo, regalar el recuerdo de una antigua amiga suya.

Caminar cinco minutos que multiplicado por tres era quince, para comprar un cigarrillo, y caminar diez minutos que multiplicado por tres era treinta, para sacar de un bolso un aerosol azul y rayar la pared de la construcción empantanada.

Dejar de contar el tiempo y empezar a contar historias.

La puerta del museo, más de quince personas en la fila, sonaba un violonchelo. Las sillas, nuestras tres sillas en la mitad de la mitad del salón, por razones de luz y estética. Mi mano sobre la mano de la amiga, las risas.

Terminó el concierto, mejillas contra mejillas.

La amiga y yo esperábamos el mismo bus.

Las personas, los asientos, el conductor, las calles, los semáforos.

Diecisiete minutos después, Ella bajó del bus de mi vida. 



J.C

domingo, 5 de agosto de 2012

La ventolera.


Silba el viento dentro de mí.
Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara.


El hambre/2


Un sistema de desvínculo: El buey solo bien se lame.

El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema, que no da de comer,tampoco da de amar: a muchos los condena al hambrede pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.