jueves, 28 de febrero de 2013

Diario íntimo de una viuda sumeria

Murmuraciones entre la carne y la fálica forma del deseo

esquivos pensamientos entre el espejo y los tatuajes de mi
rostro

aquí yace la resignación como símbolo de un tiempo sin
abrazos

la soledad de mis ojos abiertos en el lagrimal de julio


Mario Doldan.


martes, 26 de febrero de 2013

Una mujer hermosa.


Amo tus dedos, uno por uno,
separados de tu mano,
amo cada trozo de tu cuerpo
esparcido por los caminos,
amo las mulas que lamieron tu sangre,
amo las piedras del rio que retienen tus huesos,
amo tu voz de enano que aturde a los gigantes,
amo el silencio de tu voz,
tu voz ahogada en el silencio de tus gritos de ira.

No te veo regresar.


lunes, 18 de febrero de 2013

Unabomber

Te escribí
o creo
haber visto tu sonrisa
melancólica
leyendo.
Tu silencio no sería
silencio
si no es en relación con esas cartas.
Te desespera esa distancia,
yo sé,
de milímiteros,
cuando los labios se buscan
me alejo,
espero que me digas.
Te llamé
y no estabas,
te llamé y estabas
en reunión,
en off,
te deje en el contestador.
Vi tu rostro de ángel desterrado
de toda fiesta,
el cuerpo también miente.
Tus ojos entrecerrados,
la boca a punto de decir
esperá,
no es el momento de alejarte.
Paso los dedos con saliva,
las uñas por la espalda,
como una descarga eléctrica paso
el cuerpo contra tu cuerpo
contra la pared.
Camino hasta la puerta,
giro y te veo
las palmas hacia arriba
entregándote a una ley
más fuerte que el sentido.
Ese vacío de un segundo,
un centímetro,
lo suficiente.
No hay presencia que conjure,
no hay fusión
que colme lo que es
completamente
soledad.
Todo placer es virtual,
objeto por sí mismo
distante
del cuerpo que se vive
como fuera
del cuerpo que desea.
Todo vale
sólo por comprobar
que más
y más adentro
es más el desamparo.
Y aunque digas así,
deforme tu sonrisa la humedad.
No sé qué murmurás,
tu aliento me quema
el oído,
una ráfaga de lucidez
te vuelve indescifrable.
Yo quería un romance
inolvidable,

buscar noticias de tu pueblo
en los diarios,
nevó
se hundió un pesquero
frente al muelle.
Quería escribir cartas.
Y aunque miremos
como si fuéramos nosotros el video
que vimos en un cuarto de hotel,
uno lejos del otro
tocándose
mientras el otro pasa
los dedos por la boca
como quien dice se hace agua,
tragar,
atragantar,
llename.
Desde lejos acaricio
la ilusión de postergar
la indiferencia
posterior.
Sudor, disolución
de la frontera que es uno.
Rodeame, apretá,
rodamos
y el piso era madera áspera.
Alcohol
que vaya derramando entre las
piernas
hasta olvidar para qué entramos
en esa habitación
Esperá

las gotas con la lengua
como un reloj de sal,
un plazo más agónico
por su morosidad.
Esa acritud de las axilas
que marca la escena con su olor
como quien dice se trata de animales
y goza de pensarlo.
Se enreda,
me enredo entre tus piernas
o en tu cuello,
nos desmembramos,
rearmamos en el techo espejado
una medusa,
algo resbala, siempre
algo se escapa.
Te ato
y tu caricia permanece,
ángel mío,
no se te hace justicia.
Te vendo los ojos,
no sabés por dónde
vendrá el ataque,
la caricia,
tenés escalofríos, gemís,
decís que ya no soportás
ni siquiera acabar.

Es poco
lo que queda
en pocas horas, al día siguiente
te vas mientras yo duermo.
Te escribí
a mano incluso,

con la otra mano me tocaba,
impregnaba el papel con ese olor
que ahora es tuyo, digo,
pero no es cierto.
Tengo la propiedad
de imaginarte
en cualquier situación.
Tengo grabados tus gestos,
tu voz,
los puedo insertar,
interactuar.
Pero no sé qué pensás
ahora,
si tomás café en la mañana,
si alguien duerme con vos.
No conozco tu cama,
tu mesa,
si está ante una ventana.
No conozco tu puerta, por ejemplo
abrís
y allí estoy
o el cartero.
No sabés quién soy,
sólo eso,
Unabomber,
un relámpago,
un flash.
Ese instante
en que rugimos o gritamos,
gemimos.
No hay forma de olvidar
la distancia de un cuerpo
a otro,
del otro al universo
prometido,
una luz que se fragmenta
en su espectro
al estallar el cuarzo.
Tus ojos en blanco
Mientras decís así,
así
matame.
Matame.



Susana Villalba.


martes, 5 de febrero de 2013

El gran espectáculo del mundo

[...]
A veces pago la entrada al cine –Biutiful-
para sufrir un poco más

y sin embargo
pese a todo

cuando te acercas a mí
sonrío

me regalas una flor y sonrío

me besas y sonrío

te recuerdo y la ternura inunda mi corazón.

Fuimos condenados en otra vida que no puedo recordar
a vivir así,
entre el cielo y el infierno,
el infierno son los otros, es verdad,

salvo cuando me besas,
salvo cuando te sonrío.



Cristina Peri- Rosi



lunes, 4 de febrero de 2013

La decima elegía.


Que un día, a la salida de esta visión feroz, eleve yo
mi canto de júbilo y gloria hasta los ángeles, que asentirán.
Que de los claros martillazos del corazón, ninguno
golpee mal en cuerdas flojas, dudosas o que se rompan.
Que mi rostro fluido me haga más resplandeciente:
que el llanto imperceptible florezca. Oh, entonces, cómo
me serán queridas ustedes, noches de aflicción.
Cómo no me arrodillé más ante ustedes, hermanas
inconsolables, para recibirlas; cómo no me abandoné
a mí mismo, más suelto todavía, en su suelto cabello.
Nosotros, derrochadores de dolores. Cómo por anticipado
los divisamos en la triste duración: por si tal vez
tienen final. Pero ellos son, desde luego, nuestro
follaje de invierno, nuestro oscuro verde perenne,
—uno de los tiempos del año secreto, no sólo tiempo—;
son lugar, asentamiento, lecho, suelo, domicilio.

Por cierto, ay, qué extrañas son las callejuelas
de la Ciudad del Dolor, donde en el falso silencio,
fuerte, hecho de gritería, lo que ha sido vertido
del molde del vacío alardea: el dorado estrépito,
el monumento estallante. Oh, cómo un ángel
les aniquilaría, sin dejar rastro, el mercado
de consuelos, al que la iglesia rodea, la que compraron
prefabricada: limpia, cerrada y desengañada como
una oficina de correos en domingo. Fuera, en cambio, cómo
se encrespan las orillas de la feria. ¡Columpios
de la libertad! ¡Buzos y malabaristas del afán!
Y el tiro al blanco de la felicidad acicalada,
con figuritas, donde los blancos se tambalean
como de hojalata cuando son alcanzados por un tirador
más atinado. Del aplauso hacia el azar, sigue él,
a traspiés; pues se anuncian puestos de todo tipo
de curiosidades, tocan al tambor y chillan. Pero hay
para los adultos algo más especial que ver: cómo
se multiplica el dinero, anatómicamente, no sólo
por diversión: el órgano genital del dinero, todo,
el conjunto, el procedimiento, esto instruye y hace
fértil...
...Oh, pero ahí junto, afuera, detrás de
las últimas palizadas, tapizadas de anuncios
de "Sin Muerte", de esa amarga cerveza, que parece dulce
a sus bebedores, siempre y cuando mastiquen con ella
diversiones frescas..., exactamente a espaldas
de las palizadas, exactamente detrás, está lo real.
Los niños juegan, los amantes se toman uno al otro,
apartados, con seriedad, en la pobre hierba, y los perros
tienen la naturaleza. El muchacho es atraído más allá;
quizás ama a una joven Lamentación... Tras ella va
por praderas. Ella dice: —Lejos. Vivimos allá afuera.
—¿Dónde? Y el muchacho sigue. Ella lo conmueve con su
actitud. El hombro, el cuello... quizás ella es de noble
origen. Pero la deja, se da la vuelta, mira en torno,
hace una seña... ¿Qué se ha de hacer? Ella es una
Lamentación.

Sólo los muertos jóvenes, en la primera condición
de serenidad atemporal, la deshabituación, la siguen
con amor. Ella aguarda a las chicas y se hace amiga
de ellas. Silenciosamente les muestra lo que lleva
consigo. Perlas de dolor y los finos velos
de la tolerancia. Con los muchachos camina
en silencio.

Pero ahí, donde viven, en el valle, una Lamentación,
una de las más ancianas, se encarga del muchacho, cuando
él pregunta: —Nosotras éramos, dice ella, una
gran familia, nosotras, las lamentaciones. Los padres
trabajaban en la minería, ahí en la gran montaña:
entre los hombres, a veces encuentras un pedazo
de dolor original, pulimentado, o lascas de ira
petrificada del viejo volcán. Sí, esto venía de ahí.
Alguna vez fuimos ricas.

Y ella lo conduce ligeramente a través del amplio paisaje
de las lamentaciones, le muestra las columnas
de los templos y las ruinas de los castillos, desde donde
antiguamente, los príncipes de las lamentaciones
con sabiduría gobernaban el país. Le muestra los altos
árboles de las lágrimas y los campos de la florida
melancolía. (Los vivos sólo la conocen como follaje
tierno.) Le muestra los animales del duelo, paciendo,
y a veces, un pájaro se espanta, y traza en el espacio,
volando bajo, frente a ellos, de través, al ras
de su mirada, la imagen escrita de su grito solitario.
Al atardecer lo lleva a las tumbas de los ancianos
de la familia de las lamentaciones, las sibilas
y los señores del consejo. Pero se acerca la noche,
así que caminan más quedo, y pronto se levanta, lleno
de luna, el monumento funerario, que vela sobre todas
las cosas. Es hermano de aquélla del Nilo, la sublime
esfinge: rostro de la cámara callada. Y se asombran ante
la cabeza coronada, que para siempre, silenciosamente,
ha puesto el rostro de los hombres sobre la balanza de las estrellas.

Los ojos del muchacho no la aprehenden, todavía
en el vértigo de la muerte temprana. Pero la mirada
de la esfinge, desde detrás del borde del pschent,
espanta al búho. Y rozándola en lento frotamiento
a lo largo de la mejilla, la de redondez más madura,
el búho dibuja suavemente en su nuevo oído de muerto,
sobre una hoja doble, abierta, el contorno
indescriptible.

Y más arriba, las estrellas. Nuevas. Las estrellas
del país del dolor. Lentamente las nombra la Lamentación:
"Mira, aquí: el Jinete, el Bastón, y a la constelación
más llena la llaman: Corona de Frutos. Luego, más allá,
hacia el polo: Cuna, Camino, el Libro Ardiente, Títere,
Ventana. Pero en el cielo del sur, pura como en la palma
de una mano bendita, la clara M resplandeciente,
que significa las Madres...

Pero el muerto debe avanzar, y en silencio la anciana
Lamentación lo lleva hasta el barranco
donde resplandece la luna:
la Fuente de la Alegría. Con veneración
ella la nombra, dice: "Entre los hombres
es una corriente que arrastra".

Están al pie de la montaña
y ahí ella lo abraza, llorando.

Sube él, solitario, hacia los montes del dolor original.
Y ni siquiera una vez su paso resuena desde el destino mudo.

Pero si despertaran en nosotros un símbolo, ellos,
los interminablemente muertos, mira, señalarían quizás
los amentos de los avellanos vacíos, colgantes,
o pensarían en la lluvia, que cae sobre el suelo oscuro en primavera.

Y nosotros, que pensamos en la dicha creciente,
sentiríamos la emoción
que casi nos consterna
cuando algo dichoso cae.


Rainer María Rilke.




sábado, 2 de febrero de 2013

Quisiera llenarte el cuerpo de las mas hermosas mariposas,
cubrirte los ojos con esmeraldas y todas las piedras preciosas.
Que de tus labios salgan las fresas mas dulces
y que de tus senos se asomen los girasoles mas relucientes.

Entonces te vería,
y pensaría: Que hermosa mujer.


MariaIsabel Madrid.