lunes, 23 de mayo de 2016

Cartas a La Magdalena.

Magdalena:

Te vi de madrugada. Escondida o encerrada estabas en una torre de calendarios y geografías absurdas que me decían que no era bienvenido. Pero, apenas un momento, y te asomaste entera, hermosa y desnuda de prejuicios, luchando a favor de este nadie que soy y rescatándome de una noche ajena. Yo me quedé temblando, aún lo estoy. Deslumbrado todavía, en los pasos que siguieron y dimos juntos, lo que antes entró por la mirada, suavemente se llegó a mi pecho por camino desconocido.

Te vi, y yo pensé que eso me bastaría, que tu imagen sería suficiente para tomar fuerza y alejarme para que, cuando el tiempo pidiera cuentas, el saldo fuera apenas un recuerdo de la tormenta que por cabellos llevas, el collar de besos que imaginé para tu cuello. Pero no, no fue suficiente. Necesito colgarte cien suspiros al oído y recorrer tu geografía con mis labios. Y necesito que mis manos se dibujen en tu cintura y tus caderas, que mi sed encuentre alivio entre tus piernas, que renazcan mis dedos sobre tus senos, que tu boca me diga lo que no me dirán tus palabras, que mi piel más sombra sea en la luz de la tuya.

Ya nada basta. No basta con que sueñe que te tomo por la cintura, que te acerco a mí y que a tu cuello llega mi aliento, que dudan mis manos entre uno y otro pecho, que me restriego a tus caderas y que tu humedad me guía. No basta con pensar que tu tormenta me estalla en la cara, ni que me piense y te piense conmigo dentro, con el deseo montado en piernas y caderas, corriendo a ninguna parte, atento al gesto que en gemidos dibujas. No basta imaginar que me tienes, que me enseñas a encontrarte, que me haces hacerte, que te dibujas entre mis brazos, que tiemblas y me tiemblas. No basta que reconstruya en la mente lo que tal vez no pasará nunca: el quitarte la ropa y los miedos, el desnudarte las ganas, el abrirte por el vértice sombreado, todo deseo, todo misterio, el entrarte hasta el sitio que anule por fin toda razón y que sólo la carne mande. No basta que trate de distraerme detrás de las palabras que arrojas, fallidas puertas de salida, ventanas que no invitan a asomarse siquiera, paredes cerradas.

He tratado de tomar distancia, de hacer complicadas cuentas de días, kilómetros, horas, calles frías, laberintos, olvidos. Consulté mapas que confirman que el tuyo es otro mundo. Ha sido inútil. Esta mañana, por ejemplo, me he hecho el firme propósito de tomar distancia, anteponer un montón de razones para irme ya alejando y decir adiós sin palabras, que siempre es el adiós más difícil, el más artero. Pero apenas te he visto y he olvidado hasta la hora. Bastó que desde lo lejos intuyera una tormenta, para que botara propósitos y razones, para que el corazón y las ganas se desbocaran, y para que un cuello suspirado me robara todo el aliento.

Magdalena, yo sólo quería decirte que me gustas y que quería acercarme a ti. Pero acercarme como un hombre se acerca a una mujer que le gusta. Algo así como tomarte de la cintura y acercar tus pechos al mío, acercarme a tu cuello, decirte algo tierno y dulce al oído, mordisquear las manzanas de tus mejillas y llegar a tus labios con un beso, imaginarte un jadeo si mis manos te rehicieran los senos, intuirte un sueño si mi abrazo te tomara prisionera la cintura, soñarte soñando conmigo dentro y dentro mío. ¿Hago mal en desearte, en que mi piel quiera tocarse en la tuya, en buscarte para encontrarte como se encuentran un hombre y una mujer que se gustan, es decir, desnudos y sedientos? ¿Hago mal en decirlo o en hablarlo con silencios?

Yo lo que quiero es encontrarte para invitarte a perderte conmigo, Magdalena, que la piel le hable a la piel el deseo que callan las palabras y que el silencio habla... Espero entonces, tu silencio y tu palabra.

Vale. Salud y que en la tormenta de la noche los cuerpos sean la barca.


Subcomandante Marcos.




Dosis.

Hoy te vas pero se que (no) volverás
Porque lo que yo te di no lo encontrarás jamas
Esas noches, esos días cuando te retorcias en mis brazos
Cuando veiamos estrellas
y tú eras una de ellas
De esas que abrazan la tierra con su luz
Y hoy me llamas y me dices que empacas tu presencia
Que has hecho las maletas que hoy dices adiós

Y después de romper el cielo juntos
Esa forma tan tuya de hacer el amor
y estallar al llegar
No, no puedo aceptar que hoy te vayas
Si aún me debes un cuarto de mil batallas
Y cobrarlo no lo quiero, yo no quiero cobrarme
Solo quiero que tú te quedes aqui

Hoy mi cuerpo necesita de ti y saber
Que la dosis perfecta esta en tus caderas
En tus besos, tu sonrisa, tu cabello y ese cuerpo que me eriza
Hoy mi alma sabe que estás bien
Pero tú dime tú dime quién
Estara para aliviar mi dolor
Si ya no estas tú

Y despues de romper el cielo juntos...


Panteon Rococo.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Desvanecerse.

Hablemos de ruina y espina
hablemos de polvo y herida
de mi miedo a las alturas

lo que quieras pero hablemos

de todo menos del tiempo
que se escurre entre los dedos

hablemos para no oirnos
bebamos para no vernos
hablando pasan los dias
que nos quedan para irnos
yo al bucle de tu olvido
tu al redil de mis instintos

maldita dulzura la tuya
maldita dulzura la tuya
maldita dulzura la tuya

me hablas de ruina y espina
te clavas el polvo en la herida
me culpas de las alturas
que ves desde tus zapatos

no quieres hablar del tiempo
aunque este de nuestro lado
y hablas para no oirme
y bebes para no verme
yo callo y rio y bebo
no doy tregua ni consuelo
y no es por maldad lo juro
es que me divierte el juego

maldita dulzura la mia
maldita dulzura la mia
maldita dulzura la mia

maldita dulzura la nuestra.


Vetusta Morla.




Anònima,

Para hablar del dolor,
tengo que remontarme a tu nombre,
ni cicatrices antiguas, ni contusiones recientes.

Tu nombre, frustante,
como una nana para un niño sin sueño.

Para hablar de tu nombre,
tengo que descoserme la boca,
desprenderme del ego,
desnudar el fracaso.
Tengo que llamarte en otro rostro
y que tu recuerdo,
se convierta en incognita indescifrable
de una ecuación de mi cerebro.

Tu nombre, resbaladizo,
como un tobogán tras la lluvia.

Ayer lo escuché desde otra boca,
suave, como si no significara nada,
como si en sus sílabas no cupiera,
toda la vida de un hombre.
Claro que ella no eras tú
y se giró levemente sin notar cuánto peso
soportaba mi pecho en una sola palabra.

Pensé en ti, en tu vida de casada,
en tus manos indecisas calentando biberones,
en tus tacones atrincherados
en el armario de la decencia,
en las abejas marchitas,
del enjambre de tu escote.

Pensé en ti,
tendiendo tu desnudo con pinzas de la ropa,
hablando del clima con tu vecina del segundo,
llorando otra vez después de ver Pretty woman.

Recordé como te mordías el labio
cuando no estabas de acuerdo,
esa manía infernal de dejar las llaves
en cualquier sitio menos en tu bolso,
el olor a mujer de otro que desprendías
cuando te quedabas fija mirando al horizonte,
el perfume a playa de tus muslos
cuando ponías el grito en el cielo
y el cielo en mi boca.


Recordé que besabas al cerrar los ojos,
que solo soñabas si los tenías abiertos,
que cuando mentías se te arrugaba la frente,
que bailabas por el pasillo para no tropezar con mi vida,
que mi vida siempre esperaba que cerraras los ojos
y que tu frente estuviera lisa
después de un te amo.

Y te maldije,
maldije tu cintura de sirena a la deriva,
tu lengua de serpiente,
tu culo brasileño,
maldije tu vientre y su lluvia de lunares,
la pecas de tus pómulos,
las líneas de tus manos.

Tu nombre, grosero,
como una sonrisa en un velatorio.

Y te pensé,
te recordé
y te maldije.
Pero no pude nombrarte,
ni tú hubieras venido.


E.P.V



Inercia.

Querida nadie,
a estas alturas de mi vida
imagino que nunca llegarás.

Alguien me dijo una vez,
que conformarse es dormir con el fracaso.
A día de hoy tendría de respuesta,
que agarrarse a una esperanza
es abrazar a la mentira
y solo si eres capaz de soltarla
puedes contemplar la realidad.

Confieso que a veces ha sido culpa mía,
que en mis ganas de que aparecieras,
te he confundido en otros rostros,
incluso he amado a otras como si fueras tú,
agarrado a un para siempre
que ha parpadeado
cada vez con más fuerza
hasta la oscuridad infinita
de un nunca eterno.

Pero aún así,
deberías saber que lo he intentado,
con la excusa de un flechazo,
he perseguido a mujeres por la calle,
como un voyeur recién salido de prisión,
he pagado copas a rubias de bote,
escrito poemas a morenas de playa,
besado a casadas por si dijiste que si
en un ataque confuso
de un sueño de infancia,
donde el blanco de un vestido
podía devorar los grises de la vida.

Y he regalado flores y bombones,
anotado en un círculo fechas importantes,
enumerado estrellas agarrado de una mano,
visto figuras absurdas donde solo había nubes,
esperado trenes que pasaban de largo,
aviones con pánico a la puntualidad,
seguidos caminos con el único deseo
de que no acabaran en profundos precipicios.

Querida nadie,
no imaginas cuantas noches
he ideado un encuentro fortuito,
cuantas mañanas te he buscado
a la derecha del colchón,
cuantas resacas tengo incrustadas en el hígado,
cuantos insomnios de no hallar bien la postura,
cuantos espermatozoides confundidos
por ir en dirección contraria a tu verdadera existencia.

He hecho montones de promesas
que solo podría haber cumplido contigo.
Y he cometido demasiados errores,
te he llamado en otros nombres,
ha girado todo mi mundo alrededor de otra cintura,
he llorado otras ausencias,
ganado la paz en en otras bocas,
perdido la guerra en otros muslos.

Incluso a veces querida nadie,
he dejado de echarte de menos
y he sido feliz sin ti.
Diciéndole a otras mujeres
el tiempo que llevaba esperándolas
como si por fin tú querida nadie
hubieras llegado a mi brazos.

Ahora estoy seguro que nunca fue así,
que no hemos sido capaces de encontrarnos,
que yo estoy solo y tú tal vez
con el hombre equivocado.

Y si vienes,
si alguna vez apareces en mis días
con esa seguridad entre los labios
del por fin y el para siempre,
tristemente querida nadie
a estas alturas de mi vida,
ya ni siquiera me queda amor
para creerte.


E.P.V.





jueves, 5 de mayo de 2016

Miércoles de noche en Medellín.

Cae una hoja desde
éste techo de humo
en la plaza amarilla
como la cerveza
que toma el hombre
y la guitarra que toca
el otro

la piel se vuelve
ocaso y
salsa

la cabeza se convierte
en liviana y no sirve
para guiar los fríos
que llora
un alma drogada
de las que tanto habitan

el Periodista.



J.Clavélez.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Quién diría que la muerte sería tan bella:


Pecando amanecí,
toda azul, creada 
por la cumbre de sus senos
vueltos el camino que 
no pudo ser mi rumbo,
y unas lágrimas que
sí fueron las mías,
nunca había llorado
y besado al mismo tiempo
y es que
su corazón no pudo
ser más mi casa,
la distancia de mi
mano
a
su mano,
siempre ha sido su mano.
De mi mano a su mano,
está toda ella envuelta
en distancias irrecurribles,
custodiadas,
la tarde me hace sentir enamorada
pero soy como uno de
esos
pájaros de papel que
creen son libres
cuando
vuelan amarrados de la
cuerda con la que corre una
niña de
su
mano,
un pájaro que
sueña con
la dicha que fueron
madrugadas frías
bajo su amparo,
y el de la yerba húmeda
adornada de cacao
y copoazúes
del amazonas caliente
como ella,
una hecha
a campo,
a gritos
y a cerveza,
una Tania de
Bukowsky;
hubieron cigarrillos nuestros
llenos de besos,
cajetillas enteras,
noches de humo
largas como semanas
y llenas de la saliva
de dos vientres que
palpitaron juntos,
ahora
somos personas que
lloran un cigarrillo entero,
que lloran
y se revuelcan
y se preocupan
y mentan todos los santos,

ahora estamos a finales de abril
y quién diría 
que
la muerte sería tan 
suave

y


lenta.



Tan               l     e     n     t     a   .





j.clavélez.




ahora dios duerme.

qué será de un dios maldito
por un sueño eterno,
qué será de la monja congregada
a la que se rehúsa
a cuidarle el sueño,
qué será del fervor que aun
alberga entre sus piernas
por esa carne fuerte
que pasó de milagro
a condena.


qué será, qué será, qué será.





J.Clavélez sin religión,

Recuerdo el amor que me nacía al tiempo de la lluvia.

Recuerdo el amor que me nacía al tiempo de la lluvia.
Recuerdo los baúles y las colchas de hilo,
las flores de lavanda volando por espacios abiertos y felices,
aquella despiadada multitud de grillos debajo de las lápidas,
y tus besos, pan y aceite, detrás de los postigos.

Recuerdo aquellos días cuando tú me besabas
tras las torres caídas del castillo y las olas.
Y recuerdo las noches naufragando tu cuerpo
en aquella penumbra universal del hambre.

Yo entonces era otra.
Pero no he renunciado ni al amor ni a la herida.
No pronuncio tu nombre por miedo a ver la herida
y el golpe de la sangre.
No digo las palabras que debiera decirte.
Te miro.
Te contemplo.
Te observo.
Ojeo las esquelas y el tiempo de las nubes.
Luego digo algo inútil,
mágico,
irreparable.
Digo cosas curiosas como decir:
qué tal, hace calor, te quiero,
anoche he deseado tu cuerpo nuevamente.
Pero nada se oye dentro de las paredes.

Tú me miras inquieto,
decidido,
cobarde.
(Mi corazón empieza a deslizarse
por la suave pendiente de tu pelo.)
He dispuesto en mi rostro surcos inconfundibles.
Me he puesto el delantal de luto
y me he dejado ir al borde de la acera.

(Hay un banco vacío en el que me he sentado
para morir un poco y de una muerte rara.)

Pienso en cómo te quise.
Yo no voy a aclararte de dónde me ha nacido
este dolor que crece a golpe de tristeza.
Pasa gente.
Hace ya mucho tiempo que no te explico nada
porque hace mucho tiempo que perdí la esperanza
de envejecer contigo.
Es domingo.

(El perro es otro espacio.
Una muerte distinta en medio de la calle.)