jueves, 8 de septiembre de 2016

Tres poemas para mi muerte.

1.


Cuando era pequeña
para decir que era de Medellín
contaba que había nacido
en la sexta y última ventana
del hospital San Vicente de Paul,

que mi primer viaje
había durado dos años seguidos,

que mi madre decía siempre otras cosas,

que yo era una bebé fea
que lloraba mucho
que una nana me drogaba

por las tardes

con jarabes morados
que casi como el vino.


Igual recordar la infancia siempre es triste,

yo ya casi no me recuerdo en el campo
pero escucho siempre esa música que rondaba
como si en la casa se estuviese llorando
para algo que estaba

lejos,

que estaba en carros de distancia
y que ese paisaje movido
con olor a gasolina
y pavimento caliente en el medio
era el momento más libre
de la cárcel que significa
haber vivido más bien poco años.


Pero una cambia mucho
y entonces cada cierto tiempo
como las caracolas de caparazón

las personas también nos pasamos la vida

mudándonos


de cárceles a cárceles…





“Y de repente dije: Esto es la vida.
Esto y no más. Palpé su forma cierta.
La adiviné mortal. El alma, alerta,
vibró un instante toda estremecida.

El rojo amor con honda sacudida
- oh vida, oh viento- abrió la última puerta.
Y allá, en el fondo de la estancia abierta,
brilló mi muerte entre la luz dormida.

Esto es la vida, dije, esto es la muerte…”
GAOS, VICENTE
2.


Y de repente
abrí los ojos
eran las 5 de la tarde,
sentí el sol
la piel caliente intensa contrastada con
el azul vivo, vivísimo de Medellín en Agosto,
sentí la droga en
el pulso acelerado
mío
el de ella
el de la otra gente,
mi sangre fue
el latido del metro
haciendo un pogo de yerbas quemadas
en mi corazón de 21 años
y quién sabe
cuántas lagrimas,
sentí el miedo y me ahogué
en mí,
en el bullicio,
en la absoluta y mísera caída
de sentir el vicio de escribir canciones desgraciadas
para ésta vida mía tan muerta,
tan estéril,

y de repente,

abrí los ojos y dije:

“ésto es la vida.


   Ésta es mi   m u e r t e  . . . 




3.


Todo un castigo gris
es tu valle
una sinfonía de construcciones,
puros ojos llenos de
huecos y heridas
que brota tu cemento.

Los pájaros lloran la ciudad
acompañando el barítono de los carros
y el ritmo de su marcha tóxica
alimentada de almas fieles
y pasos obligados por adoquines
puestos por máquinas con cara.

Los obreros muertos son la antimateria
que se reproduce en tu corazón
de vicios y edificios,
tu corazón de escombros florecidos de industrias
atropellador de sueños,
ciudad inducida y grosera
de plazas de marihuana,


Ciudad sicaria.



J . C L A V É L E Z .




miércoles, 7 de septiembre de 2016

Poema para un adiós dormido.

Bebé, droguita mía,
es una hora en
la que ya estás profunda,

yo no puedo

es mi vela consagrada a ti:
¿qué hacer con tu sueño indiferente?
¿para qué temblar y recordarte que vuelvas?

Cada vez será más sueño guardado
en tus ojos ya cansados de mí,
por ejemplo hoy: 
el temblor de mi llanto callado 
te dejó igual de muda.

Mientras yo me prendo toda
a la idea de que despiertes y no me olvides

toda la casa ya lo sabe:

No será caminada en mi búsqueda.

Droguita mía,
¿cómo decirle a la carne de mis venas y cabeza
que la dosis de éste día se niega a ser consumida?.



J. Clavélez.




martes, 6 de septiembre de 2016

Cigarrillos y cervezas robadas.


Me desenredo el cabello
me desvisto toda,
desde los pies
perfumo la pieza con
una barita de incienso
del parque del Periodista.

La llamo por última vez
(como siempre).

Tantas baritas de incienso
tantos cigarrillos y
cervezas robadas
de la tienda,
tantas veces ponerme
los calzones lindos
y nada,
no viene.

Y yo, igual siempre caigo
en el desenfreno de saber
que esté bien
(o de que no me olvide).

Caigo,
la llamo,
la invito
le abro la puerta al escondido
le regalo mi cama
los libros
la maquina de coser
la gata,
le abro las piernas
le invento canciones
con notas de
teamos
teodios y
no puedo
vivir sin ti.



J.Calvélez.








La carne de tus flores será mi amor por siempre.


Tendrías que haberte ido ya
pero los escombros del corazón son inmóviles,
tu ausencia es el néctar de los besos que necesito
y un humo sin mí
podría ser tu vicio predilecto.

La carne de tus flores que se mezclaba en mi carne
ahora es tenue
y lo que eran gozos
se volvió un rosario mecánico de espinas y lágrimas
hecho regalo para una dios de estampillas

desnuda y aprendida de memoria.


J. Clavélez.