Dice que su hora es
la
una a-e-me:
son las dos y me-di-a
y
no aparece,
yo la invoco,
pero ella es siempre
como
un dios.
Sordo.
Malo.
Vomité los salmos que
le había proclamado,
me prostituí toda en
nombre de
su amor.
Llamo a su némesis
y lo beso.
Estoy borracha
y sólo peco
para despertar la
furia
de una (om)
NI POTENTE.
Me masturbo sin
siquiera la
estampilla de su imagen,
orgásmica entera no
le pido
más
perdón.
La rezo toda para
acabarla.
Tomo de la mano a mis
vicios
y me salgo lejos
de su
amparo.
Dejo perder los
rosarios
de sus dientes
y el crucifijo
de su lengua.
No soy más
la monja boba bajo
el manto de su
espíritu feo.
Acabé con las
oraciones
pero sobre todo
con los :
por
mi culpa
y
mi
maldita
cul-pa.
Sonrió a las
falsas vírgenes sanas
de otras religiones
que
piden mi consuelo.
A tientas en la noche
robo los votos
de mi lengua, mis
senos y mi ser
que ofrecí
ciega de fervor.
Recupero el cáliz de
mi
sangre y lo reparto
por antros más “sagrados”
que el de
su
Cu-er-po.
Me des-consagro,
me salgo de su gracia.
Soy el rebaño entero
perdido,
la cerca con cerrojo
que se dejó
abrir.
Las lagrimas
dolorosas de
un milagro
mal-hecho.
J.C
(sin religión)