Un día odiaba
algo y al otro día lo amaba y así todos los días.
Las
personas creían que ella tenía problemas,
y eso la asustaba mucho y la ponía a llorar siempre por la noche; A ella no le
gustaba saber que tenía problemas, al contrarío, le gustaba que las personas le
dijeran que tenía los ojos con forma de almendras y que eran del mismo color de
su cabello medio rojizo.
Le gustaban
las burbujas y que los últimos rayos del
sol a eso de las 4:30 o 5 le tocaran los hombros y los senos desnudos, le
gustaba estar siempre sin ropa y descalza, pero tenía que contentarse con poder
dormir así y con sólo bailar desnuda en el patio los domingos cuando su familia
se iba para la misa.
Le gustaba
que los domingos llovieran pero lo único
que llovía era agua; le gustaba salir al patio sin ropa y se ponía mucho
perfume con olor a cerezas aunque ella prefería pensar que olía a fresas. Reía,
hasta que alguna gota de domingo le caía en los ojos y entraba llorando a la
casa gritando que odiaba las gotas de todo y que por eso prefería el humo, pero
en la casa no se podía fumar, entonces odiaba a la casa, a la familia y al humo
por dejar tanto olor en las telas.
Le gustaban
las telas con sudor, pero sólo con el sudor de las mujeres.
Cuando
entraba a la casa y paraba de llorar por lo que había pasado en el patio,
olvidaba que había comenzado a odiar los domingos, el agua y el olor duradero
del humo y empezaba a recordar que odiaba a los hombres y a su sudor y pensaba
en su mamá y la odiaba porque la consideraba un hombre.
Odiaba a los
hombres pero amaba poder gustarle a uno siempre que podía, y era encantadora y
los acariciaba por atrás de las orejas y entonces ella se conmovía y pensaba
que eran muy tiernos porque no sabían cuanto los odiaban.
Cuando era
pequeña odiaba las misas largas pero cuando fue grande –(sus papas se dieron cuenta de que tenía problemas, de que no se daba la
bendición ni rezaba el padre nuestro con los ojos cerrados)- y dejaron de
obligarla a ir a las misas, amaba que fueran largas porque así podía estar más
tiempo sola en la casa, podía bañarse con la puerta abierta y sentarse en el
piso de la ducha con la llave abierta o cerrada; se sentía en la escena de una
película y amaba sentirse así, le gustaba la atención y odiaba no poder tener
un cigarrillo en la boca, entonces se conformaba con apagar la luz, cerrar los
ojos y cantar alguna canción que hubiera comenzado a amar. Otras veces no la
cantaba, sólo la imaginaba en su cabeza entonces se paraba y comenzaba a bailar
y volvía a reír porque sentía una complicidad con la música y amaba tener
complicidad con las cosas.
Casi siempre
odiaba la música, le rascaban y dolían los oídos como cuando escuchaba la voz
de su mamá y entonces lloraba y escribía en un cuaderno viejo cuanto desearía
ser sorda y después lloraba más porque se imaginaba sorda leyendo sus poemas
favoritos sin poder escuchar las palabras que los componían y sin poder
escuchar la palabra “decadencia” que era la palabra que más le gustaba.
Amaba los
animales pero cuando sacaba a su perro a dar un paseo los odiaba porque
parecían niños pequeños sin saber diferenciar por donde hay peligro. Odiaba el
peligro y las motos, odiaba a las personas que tenían motos porque cuando ella
se subía a una, le tocaba gritar y repetir lo que decía.
Odiaba que la
gente no la escuchara y tener que repetir eso que no le escuchaban.
Odiaba tener
que odiar tantas cosas porque se sentía sucia con ese sentimiento y odiaba sentirse sucia de algo que no fuera
pintura, ella quería poder amar todo y se odiaba por no poder hacerlo, odiaba
no poder amar todo porque todo lo que ama es bello; Odiaba no poder ser bella
aunque algunas veces se sentía bella y amaba esos momentos.
Amaba las
flores y ningún día llego a odiarlas, ni aunque ensuciaran el agua, se
murieran, fueran moradas y no hicieran nada…
Odiaba no
poder ser una flor, odiaba todo lo que pudiera llegar a ser, entonces ella
amaba más las flores porque aunque llorara mucho por no poder ser una, nunca
llegaría a serlo.
Quería ser todo, entonces lloraba más que cuando la gente
pensaba que ella tenía problemas; y se desesperaba porque sabía que podía
llegar a ser muchas cosas que amaba y que por llegar a serlas, las iba a odiar
tanto o más como a los hombres o a su familia o a las cosas feas que no quería
que le pasaran.
Odiaba las
cosas feas y por eso siempre se ponía vestidos de flores porque algo que
tuviera una flor no podía ser feo, ella pensaba en un hombre con una flor y
unas medias con encaje, entonces por más que lo intentara no podía odiar a ese
hombre…
Amaba sentir
que no podía odiar algo.
Amaba amar.
Odiaba odiar.
Odiaba
sentirse estúpida y algunas veces cuando amaba algo, como a ese hombre con
flores y medias, se sentía así.
Odiaba pensar
porque siempre resultaba odiando algo, por eso no quiso estudiar literatura o
filosofía; y quiso aprender a coser para poder tener muchos vestidos de flores
y sentirse bella porque cuando algo es bello, no puede odiar y entonces usaba
eso que pensaba y que le parecía más bonito que un himno y se lo estampaba en
el alma y se cuidaba de no decirlo frente sus amigos porque no le gustaba que
le robaran sus pensamientos por los que había odiado y peleado tanto.
Odiaba tener
que mencionar el alma para que las personas la entendieran, no le gustaban las
cosas en las que hubiera que creer para que existiesen. Odiaba tener que creer en cosas o en
personas.
Odiaba saber
que las personas descubrían sus problemas y después de parar de llorar en esas
noches, comenzaba a pensar que quizás cuando ella era pequeña, alguien le había
hecho algo y eso había causado esos problemas entonces recordaba muchas cosas
que le parecían raras y se confundía mucho.
Odiaba llorar
tanto por que se le hinchaban los ojos y la boca. Le gustaba tener ojos, nariz
y boca, amaba ponerse labial antes de irse a dormir o cuando comenzaba a leer y
su familia se reía de ella pero no los odiaba por que tenía un poco más de
color en su cuerpo y medio se sentía como una flor.
Le gustaba
pintarle las uñas a la gente y maquillarlos pero nadie se dejaba maquillar de
ella por que decían que no sabía, entonces a ella le daban ataques de risa por
que no entendía como a alguien podía asustarle tener un poquito de color en las
mejillas. Odiaba ser capaz de pintar personas pero no saber pintar flores.
Odiaba que
las personas no pintaran con ella, odiaba a los niños pero algunas veces los
odiaba menos porque los niños aunque fuera para pintar el mismo paisaje una y
otra vez nunca rechazaban una crayola.
Amaba el
paisaje, amaba el cielo. Odiaba el cielo cuando estaba completamente blanco,
porque sentía como si lo hubieran recortado con algún programa de computador.
Odiaba los computadores porque eran iguales de infinitos que el universo pero
mucho menos bellos.
Odiaba pensar en el universo porque quizá nunca llegaría a
verlo como muestran en televisión y la asustaba pensar que quizá ese universo
no existía. Odiaba la televisión porque la distraía cuando quería leer y porque
en su casa siempre ven televisión con el
volumen muy alto y eso a ella no la deja dormir.
Amaba dormir,
amaba despertarse al amanecer y pensar en lo bella que es la mañana y el frio,
amaba volverse a quedar dormida y después intentar recordar sus sueños; no le
gustaba confundirse con no saber si eran sueños antiguos o de esa misma noche.
Siempre quiso tener una libreta para anotar sus sueños y no confundirse más,
pero nunca había encontrado una lo suficiente bonita para regalarle esos
sueños. Amaba considerar sus sueños como cosas que de verdad habían pasado,
entonces los resultaba guardando como recuerdos.
Odiaba que
los sueños se le acabaran, odiaba no ser capaz de dormir siempre que quería, no
le gustaba no poder hacer las cosas cuando le daban ganas… dormir, pintar,
escribir, emborracharse.
Odiaba a las
personas pero a las que más odiaba, era a esas que pretendían detenerla de
hacer algo, odiaba que esas personas dudaran de su capacidad para adivinar las
consecuencias de lo que planeaba hacer. Odiaba a las personas que trataban de
entenderla porque se parecían a una luz blanca queriendo pasar y descubrir
todos los cuartitos de una casa.
Odiaba que la
tocara la luz blanca por que le iluminaba todos los defectos y le hacia arder los
ojos. Amaba que la tocara la luz amarilla por que así las nalgas se le veían
bonitas y porque cuando se miraba en el espejo iluminada por esa luz amarilla,
se miraba tanto tiempo que llegaba al punto de no reconocerse y a entender un
poco más como la veían los demás, odiaba no estar segura de que todos los demás
la veían, odiaba pensar que los otros no la veían simplemente porque los otros
no existían. Odiaba pensar en los otros porque siempre terminaba pensando cosas
que le arrebataban la poquita coherencia que le quedaba.
Odiaba la
coherencia porque todo era coherente sólo por encima, hasta ella misma, y
odiaba sentirse igual que el resto de las cosas.
Amaba las
cosas pero no quería ser una, amaba las cosas de épocas pasadas porque hubiera
amado nacer mucho tiempo atrás. Odiaba que de haber nacido tiempo atrás no se
hubiera podido enamorar de otra mujer, a ella le gustaban las mujeres y le
gustaban más cuando sabía que a esas mujeres también les gustaban otras
mujeres. Amaba lo bonito y esas mujeres le parecían bonitas.
Amaba las
mujeres de los libros que leía porque siempre eran mujeres de otros tiempos que
enamoraban a escritores de otros tiempos. Odiaba estos tiempos porque en ellos
ya no había buenos escritores.
Odiaba no
poder ser una buena escritora, odiaba no escribir las cosas que se le ocurrían
casi siempre cuando se iba a subir al bus y no tenía un lápiz a la mano y
terminaba por olvidar algo que hubiera podido
ser un poema y por odiar los buses que amaba porque en ellos siempre se
subían personas diferentes que algunas veces reconocía.
No le gustaba
olvidarse de algo, pero cuando le pasaban cosas feas que odiaba se esforzaba por borrar esos recuerdos que la
hacían retorcerse y cerrar los ojos muy fuerte.
Amaba cerrar
los ojos muy fuerte porque veía puntos de colores que después odiaba porque le
hacían doler los ojos.
A ella no le
gustaba nada que le pudiera hacer doler los ojos; odiaba el dolor, sobre todo
el de las agujas y se odiaba por no ser capaz de aguantar ese dolor porque le
hubiese encantado pincharse todos los dedos con algún alfiler.
Amaba tener
dedos y cuando iba al campo siempre alzaba las manos para ver el cielo entre
sus dedos y sentirlo parte de su cuerpo.
Amaba el
campo, amaba las carreteras en las que poco a poco se desvanecían las casas y
los edificios para ser reemplazados por estrellas. Nunca amo u odio una
estrella.
Odiaba que en
los campos no hubiera teatros y librerías, entonces se imaginaba en una casa en
el campo pintando bodegones que luego enviaría a la cuidad para juntar dinero y
así poder comprar un columpio para su casita en la montaña. Amaba subirse a los
columpios y balancearse con mucha
fuerza, odiaba a la mujer que amaba porque un día le dijo que uno se podía
marear en los columpios y de ahí en adelante siempre pensaba en los mareos
cuando estaba elevada en el aire y se asustaba porque quizá el columpio no iba
a soportar su peso.
Odiaba tener
un peso, hubiera amado ser muy liviana para montar muy rápido en bicicleta.
Amaba las bicicletas porque aunque no la elevaran tanto como un columpio,
siempre le daba el aire en la cara y el cabello, y porque ella no se mareaba en
las bicicletas.
Amaba tener
cabello y sentirlo sobre su espalda desnuda.
Odiaba su
cabello cuando hacia el amor con alguien, amaba hacer el amor con las personas
pero luego lo recordaba y odiaba al sexo por las ridículas posiciones que las
personas terminaban haciendo y porque se le derretían los risos y ella odiaba
que se le derritieran los risos porque era por lo único que le gustaba a la
gente. Odiaba gustarle a la gente por su cabello y no por su voz.
Odiaba su voz
porque nunca la sintió propia. Amaba las voces que acariciaban y luego se
entestecía por que nunca había conocido realmente a alguien con ese tipo de
voz. Odiaba que esa gente con voz bonita no la conociera. Odiaba que las
personas no la reconocieran, hubiera amado el que todas las personas supieran
quien era ella.
Amaba sacarse
fotografías porque sentía que guardaba sus recuerdos para cuando su cabeza no
pudiera hacerlo, amaba sacarse esas fotos y luego las borraba y pensaba en lo
mucho o en lo poco que le hubiesen gustado a las personas. Amaba que las
personas le pidieran que posara para sus fotos e intentaba sonreír pero eso
nunca le daba resultado, entonces se odiaba por no tener una bella sonrisa
fotogénica.
Amaba las
sonrisas y hubiera amado llamarse Sonrisa. Odiaba no poder cambiar de nombre
cada vez que encontraba uno más bello que el anterior. Amaba ponerle nombre a
las cosas aunque casi siempre los terminaba olvidando. Olvidaba muchas cosas
importantes… olvidaba que quería ir al baño o hacer un café.
Ella odiaba
olvidar que debía de terminar sus cuentos y amaba empezar muchos nuevos porque
así sentía que estaba viva. Amaba las cosas vivas y odiaba no poder entender
cómo cuerpos de animales muertos hacían cosas buenas en su cuerpo, amaba
sacarse las espinillas y tomar té cuando se intoxicaba. Amaba intoxicarse
porque le parecía muy bonito que su cuerpo decidiera expulsar cosas, odiaba su
cuerpo porque no entendía cómo funcionaban las células. Odiaba no poder
entender algunas cosas sólo porque le parecían aburridas.
Odiaba
sentirse aburrida y desolada.
Amaba
sentirse cansada porque sentía ganas de dormir por siempre, amaba sentir ganas
de algo. Amaba sentir y lo único que odiaba sentir era miedo. Odiaba al miedo
porque era como esas personas que la intentaban detener y que la hacían marear
en los columpios.
Amaba
detenerse a escribir las fechas por todas partes, amaba saber qué para cada día
había un número. Amaba olvidar que escribía esas fechas en los libros y
redescubrirlas años después cuando volvía a llorar por lo bellos que eran,
amaba sus libros y hubiese odiado tener que deshacerse de ellos, amaba sentarse
a abrazarlos, amaba perderse entre las líneas y cuando a esos libros los
iluminaba una luz blanca no podía odiarla. Los amaba a todos con la misma
cantidad de amor y nunca pudo decidir cual era su favorito.
Amaba abrazar
a todo lo que pudiera, amaba que la cargaran y la abrazaran muy muy muy fuerte.
Amaba el calor que sentía en esos abrazos. Amaba al sol porque su calorsito
siempre se podía tener sobre los brazos y todo el cuerpo…
Un día
leyendo sus cuentos se dio cuenta de qué si combinaba algo que odiaba con algo
que amaba, por mucho que se esforzara no podía odiarlo, entonces amo esa idea y
empezó a agrupar sus hábitos pero al otro día la odio y prefirió seguir mirando
las nubes y pintar a los animales que se le atravesaban con su acuarela de
color azul.
J.C.
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