viernes, 15 de julio de 2011

Pasolini...

Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras, ...
si una siesta de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y jamás poseídos del todo,
ya no encuentro felicidad ni en gozar ni en sufrir por ello:
ya no siento delante de mí toda la vida...
Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.


PIER PAOLO PASOLINI.

sábado, 9 de julio de 2011

Balada del ausente.

Entonces no me des un motivo por favor

No le des conciencia a la nostalgia,

La desesperación y el juego.

Pensarte y no verte

Sufrir en ti y no alzar mi grito

Rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa,

En lo único que puede ser

Enteramente pensado

Llamar sin voz porque Dios dispuso

Que si Él tiene compromisos

Si Dios mismo le impide contestar

Con dos dedos el saludo

Cotidiano, nocturno, inevitable

Es necesario aceptar la soledad,

Confortarse hermanado

Con el olor a perro, en esos días húmedos del sur,

En cualquier regreso

En cualquier hora cambiable del crepúsculo

Tu silencio

Y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda

Que no responde al sombrero enlutado

Golpeando las rodillas

Que teme a Dios y se preocupa

Por lo que opine, condene, rezongue, imponga.

No me des conciencia, grito, necesidad ni orden.

Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron

Giro hacia el mundo y su secreto de musgo,

Hacia la claridad dolorosa del mundo,

Desnudo, sólo, desarmado

bamboleo mi cuerpo enmagrecido

Tropiezo y avanzo

Me acerco tal vez a una frontera

A un odio inútil, a su creciente miseria

Y tampoco es consuelo

Esa dulce ilusión de paz y de combate

Porque la lejanía

No es ya, se disuelve en la espera

Graciosa, incomprensible, de ayudarme

A vivir y esperar.

Ningún otro país y para siempre.

Mi pie izquierdo en la barra de bronce

Fundido con ella.

El mozo que comprende, ayuda a esperar, cree lo que ignora.

Se aceptan todas las apuestas:

Eternidad, infierno, aventura, estupidez

Pero soy mayor

Ya ni siquiera creo,

En romper espejos

En la noche

Y lamerme la sangre de los dedos

Como si la hubiera traído desde allí

Como si la salobre mentira se espesara

Como si la sangre, pequeño dolor filoso,

Me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil.

Muerto por la distancia y el tiempo

Y yo la, lo pierdo, doy mi vida,

A cambio de vejeces y ambiciones ajenas

Cada día más antiguas, suciamente deseosas y extrañas.

Volver y no lo haré, dejar y no puedo.

Apoyar el zapato en el barrote de bronce

Y esperar sin prisa su vejez, su ajenidad, su diminuto no ser.

La paz y después, dichosamente, en seguida, nada.

Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo, no inventará arrugas, no me inflará las mejillas

Ahí estaré esperando una cita imposible, un encuentro que no se cumplirá.



Juan Carlos Onetti.

El soliloquio de zorro azul.

Soy un zorro azul que vive en una granja gris.

Condenado a la muerte por mi color,

detrás de estas rejas de alambres a prueba de mordiscos

no me siento nada de contento con mi color azul.



Oh Dios, ¡yo quiero cambiarme de piel! Quemarme

como un demente hasta descuerarme a mí mismo,

pero mi exuberante y tieso pelo azul se filtra por mi piel.


¡Cómo aúllo! , ¡desesperadamente lanzo alaridos!

igual que las peludas trompetas del Juicio Final

implorando a las estrellas deseando ser libre para siempre

o al menos sacarme esta piel de una vez por todas.



Alguien que paseaba por aquí oyó mi aullido

y lo metió en un máquina grabadora. ¡Qué estúpido!

¡Él no sabe ni siquiera aullar pero seguro

comenzaría a aprender si lo agarran y lo encierran aquí!


Me caí al suelo, moribundo.

Y quien sabe por qué no me morí.


Me vino una depresión como si tuviera mi propio Dachau

pero ya lo tenía muy claro: jamás escaparía.


Una vez, después de comerme un pescado podrido,

me di cuenta que la jaula estaba entreabierta

y me lancé hacia el abismo

con la imprudencia de un ingenuo cachorro.


Una cascada de perlas lunares pasaron por mis ojos.

¡La luna era un círculo! Y ahí me di cuenta

que el cielo no estaba dividido en segmentos cuadrados

como yo me lo imaginada viviendo dentro de una jaula.



Pedazos de hielo flotantes de Alaska había por todas partes

de los que logré esquivar aún estando enfermo

pero sabiéndome libre algo cambió dentro de mis pulmones

por todas las estrellas que me había tragado.



Hice travesuras, ladré cosas hacia los árboles

que no tenían ningún sentido. Fui yo mismo.

Y hasta la misma brillante nieve tenía miedo

de que yo tuviera un color tan azulado.



Mi madre y mi padre no se amaban

pero se casaron de todas maneras.

Cómo me gustaría encontrar una hembra

con la que pudiera rodar y volar por la nieve.



Ahora me siento cansado. Hay demasiada nieve por todas partes.

No puedo levantar mis pesadas patas.

No he conseguido amigos ni tampoco hembras.

Un niño cautivo es muy débil para ser libre.


El que nació en una jaula sentirá nostalgia por su jaula.


Horrorizado me di cuenta de cuánto la amaba

y el espacio donde me escondían detrás de una reja,

ese lugar que era una industria de pieles, mi tierra natal.


Entonces regresé exhausto y golpeado.

Un poco después la jaula fue sellada

y mi sentimiento de culpa se transformó en rencor

pero el amor me protegió mágicamente contra el odio.



Es cierto, las cosas han cambiado en la granja de pieles.

Acostumbraban a asfixiarnos en sacos.

Ahora nos matan de una manera más moderna,

nos electrocutan. Todo es maravillosamente ordenado aquí.


Contemplo a la cuidadora que es una muchacha esquimal.


Su mano se posa amigablemente sobre mí.

Sus dedos rascan la parte detrás de mi cuello.

Pero una tristeza parecida a la de Judas hay en sus ojos angélicos.


Ella me cuida de mis enfermedades

y por nada me dejará morir de hambre,

pero yo sé que cuando llegue la hora, implacablemente

ella me traicionará cumpliendo su trabajo.



Con un poco de humedad en sus ojos

ella sacará el collar de mi cuello cantando bajito:

“¡Hay que ser humano con los empleados! En la Oficina

de Ejecuciones del Instituto de la Granja de Pieles.



Me encantaría ser ingenuo como mi padre

pero nací en cautiverio: yo no soy él.


El que me da de comer, me traicionará

El que me cuida como animal doméstico, me matará.


(1967)