sábado, 24 de noviembre de 2012

Las muertes.

Voy a trenzar
nuestros cabellos en forma
de relicarios
que nos protejan de los demonios
que habitan los Bares.





J.C




23 de noviembre, 2012.


Noche de una borrachera perpetua. Hubo vomito. El vomito de más colores que dejó todo con un olor a ácido y besos de noche.

Besos de noche en la mitad de parques llenos de estúpidos; pero ellos no existían. Sólo existía el olor, y los colores, y los cabellos, y el chocolate, y las fresas. Sólo existíamos en la mitad de la decadencia y el sabor a madera y podredumbre.

No fue el mismo lugar de siempre pero sí las mismas imágenes, teníamos en los ojos cintas de encaje para ver sólo el amor y nuestras manos, cintas de encaje en los ojos para evitar ver a nuestros demonios que nos buscaban para bebernos.

Y nuestros cabellos trenzados…
Y el olor a ácido…



J.C.






La muerte que resisto.

No me hables, si quieres, no me toques, no me conozcas más, yo ya no existo. Yo soy sólo la vida que te acosa y tú eres la muerte que resisto.”


 Jaime Sabines

viernes, 16 de noviembre de 2012

Es un poema de amor.

Que cuando estoy con ella,
todo parece un cuento
de Caicedo.


Si tuviera que escoger entre el humo y tú,
te escogería a ti,
por que contigo me
basta para
nublar todas las vidas.


Hasta la mia.



J.C

Te siento, siempre.



martes, 13 de noviembre de 2012

El genio de la muntitud.


(...)

Cuidado con aquellos que buscan constantes
multitudes; no son nada
solos.
Cuidado con
El hombre corriente
Con la mujer corriente
Cuidado con su amor.
Su amor es corriente, busca
lo corriente.
Pero es un genio al odiar
es lo suficientemente genial
al odiar como para matarte, como para matar
a cualquiera.
Al no querer la soledad
al no entender la soledad
intentarán destruir
cualquier cosa
que difiera
de lo suyo.
Al no ser capaces
de crear arte
no entenderán
el arte.
Considerarán su fracaso
como creadores
sólo como un fracaso
del mundo.
Al no ser capaces de amar plenamente
creerán que tu amor es
incompleto

y entonces te
odiarán.
Y su odio será perfecto
como un diamante resplandeciente
como una navaja
como una montaña
como un tigre
como cicuta
Su mejor
ARTE.

Charles Bukowsky



SUEÑO NÚM. 11.880

Caen señoritas en paracaídas y todas, gracias al cielo del que vienen, se parecen a ti. No traen armas, pero la forma de los pelitos de su vientre nos aterroriza de delicia desde la altura que empe- queñece veloz. Todas hacen mohines simultáneos, anticipando que su belleza es, como siempre, cruel. Todas se llaman como tú. De sus hombros sin alas penden como cabezas de cadáveres las másca­ras antimariposas y de las vainas de sus espadas olvidadas surgen góticos lirios que echan chorritos de niebla estrictamente lila. No tienen la cabellera que te baña los pies, tu negro nido de oropéndola donde quise vivir por los siglos de los siglos, despertándome a diario frente a un preciosamente inserto desayuno de pergaminos cocidos y toron­jas, pero se defienden con la loca brillantez de sus cascos decorados con brochazos de aceite in­dustrial y minio en polvo.

Sin el menor esfuerzo, mueven convulsivamente las caderas para hacer de su caída un real desaire y, así, parecerían la más majestuosa plomada de plumas entrando en los arroyos del Paraíso Terrenal, si no fuera por­que cada diez metros muestran esos horribles car­teles en que anuncian pastelillos rellenos de leche de mujer. Tampoco tienen nada que ver con las medusas marinas ni con su posible esqueleto de suspiros helados. Tienen de ti ese porte que delata el olor bestial del amor después de un año de abandono o de burla, ese halo infernal de las ena­moradas desahuciadas por Dios, esa súplica que nos ordena desnudarnos y sumirnos en pensamien­tos y reminiscencias que tienen que ver con las misas mayores de la Semana Santa, los imprope­rios de la multitud ante los errores crasos de los más inmensos héroes deportivos, los nudos de ser­pientes gordas que llenan las cuevas de la selva de Honduras, o el combate de dos tanques pesados, librado en el interior del Museo del Hombre. ¡Oh pasión por ellas: deberá llover tanto y tan frío aún sobre ti para que pueda al menos soportarte, manipularte, usarte! Todas caen, al mismo tiem­po, sobre el prado. Las flores que pisan y machu­can vuelven a erguirse de inmediato.


Roque Dalton.




Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,

Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a tus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.
Pero ya no habrá tiempo de llorar.
ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón:

Hace frío sin ti,
pero se vive.




Roque Dalton.

Hace frío sin ti,
pero se vive.

Hora de la ceniza

Finaliza septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.

Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.

Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.
Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la esperanza.

Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.
Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.

Siento deseos de reír
o de matarme.



Roque Dalton




domingo, 11 de noviembre de 2012

No te pongas bravo poeta


La vida paga sus cuentas con tu sangre
y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor.


Cógele el cuello de una vez, desnúdala,
túmbala y haz en ella tu pelea de fuego,
rellénale la tripa majestuosa, préñala,
ponla a parir cien años por el corazón.

Pero con lindo modo, hermano,
con un gesto
propicio para la melancolía.



Roque Dalton