domingo, 7 de octubre de 2012

Carta.

Ojalá pudieras tú comprender tu deber de ser meramente un sueño de un soñador. De ser apenas el incensario de la catedral de los devaneos. De esculpir tus gestos como sueños, para que fueran sólo ventanas abiertas a paisajes nuevos de tu alma. De tal modo construir tu cuerpo con remedos de sueño que no fuera posible verte sin pensar en otra cosa, que lo recordaras todo menos a ti misma, que verte fuera como oír música y atravesar, sonámbulo, grandes paisajes de lagos muertos, vagas florestas silenciosas pedidas en el fondo de otras épocas, donde invisibles parejas diferentes viven sentimientos que nosotros no tenemos.
Yo no te querría para nada salvo para no tenerte. Querría que, soñando yo apareciendo tú, pudiera imaginarme todavía soñando -tal vez ni siquiera viéndote, pero quizás reparando que la luz de la luna había inundado los lagos muertos y que ecos de canciones ondeaban súbitamente en la gran floresta no explícita, perdida en épocas imposibles.
Mi visión de ti sería el lecho donde mi alma se adormeciera, niña enferma, para soñar otra vez con otro cielo. ¿Hablarías? Sí, pero que oírte fuera no oírte sino ver grandes puentes a la luz de la luna, unir las dos orillas del río que va a dar al anciano mar donde las carabelas son nuestras para siempre.
¿Sonríes? Yo no sabía nada de eso, pero mis cielos interiores estaban poblados de estrellas. Me llamas durmiendo. Yo no reparaba en eso, pero en el barco lejano cuya vela de sueño navegaba a la luz de la luna, veo marinas remotas.





Fernando Pessoa.




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