miércoles, 4 de mayo de 2016

Quién diría que la muerte sería tan bella:


Pecando amanecí,
toda azul, creada 
por la cumbre de sus senos
vueltos el camino que 
no pudo ser mi rumbo,
y unas lágrimas que
sí fueron las mías,
nunca había llorado
y besado al mismo tiempo
y es que
su corazón no pudo
ser más mi casa,
la distancia de mi
mano
a
su mano,
siempre ha sido su mano.
De mi mano a su mano,
está toda ella envuelta
en distancias irrecurribles,
custodiadas,
la tarde me hace sentir enamorada
pero soy como uno de
esos
pájaros de papel que
creen son libres
cuando
vuelan amarrados de la
cuerda con la que corre una
niña de
su
mano,
un pájaro que
sueña con
la dicha que fueron
madrugadas frías
bajo su amparo,
y el de la yerba húmeda
adornada de cacao
y copoazúes
del amazonas caliente
como ella,
una hecha
a campo,
a gritos
y a cerveza,
una Tania de
Bukowsky;
hubieron cigarrillos nuestros
llenos de besos,
cajetillas enteras,
noches de humo
largas como semanas
y llenas de la saliva
de dos vientres que
palpitaron juntos,
ahora
somos personas que
lloran un cigarrillo entero,
que lloran
y se revuelcan
y se preocupan
y mentan todos los santos,

ahora estamos a finales de abril
y quién diría 
que
la muerte sería tan 
suave

y


lenta.



Tan               l     e     n     t     a   .





j.clavélez.




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