martes, 17 de agosto de 2010

Querida Soledad:


Compañera, la más fiel en la historia, los tiempos siguen duros, como nunca, y me sigue perteneciendo la necesidad de tu traición.

No ha cambiado nada, sigo recordando tan repetidamente la conversación que tuvimos en el ultimo encuentro. las imágenes y los sonidos, todavía subsisten, tan claros, que permanecen extravagantes y acusadores, sobreviviendo en mi memoria, tanto, que todavía en las noches la impaciencia me posee y tu presencia sumisa, me vuelve a acoger en sus brazos.


-Desértame- te exigía, suplicante de rodillas

-¿Cómo que?- decías tu, serena y quieta, inexpresiva

-¡Como cambiar una sinfonía por un cuarteto de cuerdas aturdido!- grite yo, desesperada

-No – seguías feroz, escasa de brío

-¿Por qué? –respondí, con una nota de prejuicio en mi voz

- Cambiarias mi resguardo por algún beso entorpecedor de tus muchos amantes imprudentes- seguías diciendo, tan fría como el hielo

-Aborréceme maldita- Y volví a caer de nuevo en el fracaso


Y así terminó, como cada vez que los fluidos dejaban de fascinarme: Más desquiciada que el mar, me sacudías las tristezas y me llenabas con las más efímeras alucinaciones, dejándome viviendo nítida y furiosamente enamorada de un tipo fugaz y extravagante, al cual me entregaría toda briosa en sus brazos y tocaría con el mayor gusto las praderas teñidas de sus entrañas, el único al que codicié; Me lo arrebataste toda llena de encanto, y desde aquel entonces, tu perfume barato con hedor a suplicios, compartió dulces venenos a todos los que gozaran del mas mínimo indicio.

¡No hace falta explicar porque ya no quiero que tus lenguas toquen mi paladar!


Att: Sofia

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