martes, 11 de noviembre de 2014

Soledad



Qué desdicha es estar sólo en un cine
sin una esposa, una amante o un amigo ¡donde las películas son tan cortas
y la espera es muy larga!
Qué desgracia siente uno

en esa privada guerra de nervios mientras descorteses parejas en el lobby del cine

se comen un pastel, avergonzados en una esquina como si lo que hacen fuera algo depravado...

Ultrajados por la desolación

ausentes de anhelos enceguecidos nos lanzamos a cualquier tipo de gente,

y nos subyugamos a amistades sin ningún valor que nos siguen hasta en nuestra propia tumba.
La amistad misma se convierte en algo sin sentido, para algunos es beber y beber,
o mostrar sus trajes de última moda,
mientras para otros
es discutir ideas supuestamente coherentes, pero si se mira con cuidado
todas tienen las mismas características. ¡Variados son los tipos de vanidad!
Primero una,
y luego aparece otra molesta amistad...


¿De cuántas he tenido que escapar?
¡la verdad es que he perdido la cuenta! ¿Con cuánta frecuencia en una nueva trampa
he dejado
olvidado mi abrigo de piel?

Oye tú, la libertad en una tierra sin nadie está más allá..
¡Pero quién demonios necesita de ti!
Tú eres seductora
sin embargo despreciable como una esposa infiel.

¿Y tú, mi adorada,
cómo te va?
¿Te has desprendido de tu presuntuosa vanidad? ¿A quién pertenecen ahora tus oblicuos ojos
y tus blancos y lujuriosos hombros?
Tú piensas que soy vengativo, sin duda lo soy, y que ahora me he transformado en un taxi
en una carrera veloz hacia alguna parte ¿pero si de verdad tengo prisa
en qué lugar voy a terminar? ¡Pero a pesar de todo, no puedo librarme de ti! Conmigo las mujeres se recluyen en sí mismas
sintiéndose bastante extrañas a mi lado.

Dejo caer mi cabeza en sus rodillas,
pero yo no pertenezco a ellas sino a ti...
No hace mucho cuando entonces salía con una muchacha en una derruida casa de la calle Sennaya,
colgué mi abrigo en unos patéticos cuernos de animal. Bajo una parte del árbol de navidad de luces radiantes, brillando como unas pantuflas blancas en miniatura,
se sentó una austera mujer
como si fuera una niña.

Fui fácilmente aceptado visitar esa casa
y yo me creía muy seguro de mí mismo de ser un muchacho totalmente a la moda.

Olvidé las flores,
pero llevé una botella de vino.
Ella permanecía silenciosa
y sus dos aros
dos transparentes lágrimas.
como huérfanos
relucían en sus rosadas orejas.
Y como una inválida, buscando incomprensiblemente algo, mientras levantaba su cuerpo parecido a una niña pequeña, dijo algo poco claro:

“Vete....
Por favor, no...
tú no eres mío
sino de ellas...”

Una joven muchacha me amó
de una manera violenta como una niña con sus cabellos colgando en la frente
pálida por el miedo
y unos ojos como pedacitos de hielo 
y pálida por su ternura.



Estuvimos en Crimea,
y la muchacha,
bajo las luces de unos relámpagos
de una noche de tormenta
me susurró al oído:
“¡Mi pequeño,
Mi pequeño!” cubriendo mis ojos con la palma de sus manos.

Todo allí alrededor era terrorífico
los truenos
y excitante,
el mar ciego y el sufrimiento mudo,
y de repente,
reaccionando con una intuición femenina,
lloró ante mí:
“¡Tú no eres mío,



¡Adiós, amor!”


¡No eres mío!

Soy tuyo, melancólico,
fiel,
la soledad
que se construye con todas las fidelidades es la más fiel.

Que ningún pedazo de nieve de tus guantes se derritan en mis labios para siempre.
Gracias a las mujeres
hermosas e infieles las que siempre fueron fugitivas,
las que sus “¡Adiós!”
no fueron “¡Au revoir! ”
las que en sus mentiras, de las que se sentían tan orgullosas pero sufriendo extasiadas, ellas nos dieron al mismo tiempo los bellos frutos de la soledad.


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